¿Qué pasaría si Israel desapareciera?, se pregunta Marcos Aguinis

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Si la ferocidad judeófoba pudiese barrer al Estado de Israel de la faz de la tierra, es probable que se escriban artículos como el que sigue. Por razones de espacio, sólo llega hasta los Acuerdos de Oslo.

Empezaría así: ¡Qué lástima! ¡Qué tragedia! Desapareció Israel y se produjo un agujero negro. No advertimos que durante dos mil años de exilio anhelaste resucitar. Y lo empezaste a hacer con renovada fuerza hacia fines del siglo XIX con el idealismo sionista. Un idealismo joven, ilustrado, constructivo. Oleadas entusiastas se alejaron de los pogromos o abandonaron comodidades para arar en el desierto, secar pantanos y forestar entre las piedras. Nada quitaron a los pocos vecinos árabes que vivían en la antigua Judea y Samaria, abandonadas y despreciadas por el arcaico imperio otomano. El progreso que produjeron atrajo a muchos egipcios y sirios. Es decir, no sólo hubo inmigración judía, sino también árabe, que siguió a la judía.

¡Perdón, Israel! Porque no reconocimos que mucho antes de tu independencia luchaste por ella al combatir contra el imperio otomano en la Primera Guerra Mundial, confiando que los ingleses —más modernos— ayudarían a tu completa resurrección, como prometieron en su Declaración Balfour. Pero los ingleses pronto traicionaron su palabra. Toleraron pogromos en Tierra Santa y aceptaron que el Mufti de Jerusalén importara el nazismo que pactó con Hitler y Ante Pavelic. Además, Gran Bretaña bloqueó la inmigración judía después del Holocausto con Libros Blancos impiadosos. Fue perverso. Pero pese a esas dificultades los sionistas continuaron desarrollando el país con rutas, escuelas, nuevas poblaciones, bosques, arte, cultivos, hospitales, centros de educación superior e instituciones democráticas.

¡Perdón, Israel! Porque ayudaste con mucho sacrificio a los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, pero los Aliados ni siquiera bombardearon los campos de exterminio ni las vías que conducían a ellos. Y después de la Guerra, sin siquiera apuraron tu independencia. Al contrario, hubo que sudar en las Naciones Unidas para conseguir algo. En esa instancia, la ilusión soviética de que Israel podría ser un Estado comunista produjo la histórica Declaración Gromyko. Entonces se llegó al 29 de noviembre de 1947, en que una mayoría de los países miembros votaron la Partición de Palestina en dos Estados: uno árabe y otro judío. Al Estado judío se le otorgaba la parte más desértica del país y se fijaron sus fronteras lejos de Jerusalén. Pese a ello, los judíos aceptaron y celebraron la Resolución. No la aceptaron los árabes. Además, prometieron «arrojar a los judíos al mar» y dejar empequeñecidas las matanzas de Gengis Khan. Quienes dudan o niegan esto, que relean la prensa de entonces.

¡Perdón, Israel! Porque en aquellos meses decisivos el mundo se negó a ayudarte. Ningún país accedió a venderte armas debido a que estaban seguros de tu derrota y, como cadáver, no las podrías pagar. La comunidad judía de Tierra Santa tuvo que defenderse con uñas y dientes, sola, frente a seis feroces ejércitos enemigos.

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