Shavuot: La Fiesta de las Semanas
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Rabino Dr. Mordejai Maarabi
Arribamos al final de un tiempo que ha sido “tenido en cuenta”, de acuerdo a la tradición bíblica: el tiempo de la “Cuenta del Omer”, periodo de siete semanas o 49 días contabilizados a partir de la segunda noche de Pesaj.
Es decir, hemos tendido un puente en el tiempo propiamente dicho, un puente compuesto con uno de los materiales más conocido por nosotros, a saber: un día, una semana, hasta arribar al tiempo total antes establecido.
Sabemos, como personas, la dimensión de un día. Entendemos, como seres humanos, el correr de los mismos, haciéndose semanas. Y hasta allí nos pide llegar la tradición judía: no avanzar hacia meses, ni siquiera hacia los años, porque ellos presentan una realidad a veces distante, otras, distinta.
Asi es que llegamos a esta nueva celebración contando -como dijimos- noche tras noche, los días y semanas del “Omer”. Tiempo que nos acerca a un lugar, nos eleva hacia una montaña, nos invita a prestar oídos y poner nuestro corazón al servicio de un instante único, irrepetible y, por sobre todo, trascendente. Shavuot, la fiesta de este tiempo transcurrido de días/semanas, nos regala un presente de manos del Creador: Su Tora, por medio de Su Palabra, traducida como los Diez Mandamientos.
Así es que llega el 6 de Sivan, en el calendario hebreo. Cincuenta días no mas desde aquella noche egipcia que puso fin a siglos de oscuridad en la existencia del pueblo judío. El camino por el desierto tenía un propósito, por cierto. No sería el errar ni la perdición , el proyecto Divino. No. Eso dejémoslo a los historiadores que no pueden avanzar más que sus propias geografías y confunden -cual extraviado en las arenas del mediodía- el designio de lo Divino frente al especular humano.
La salida del Egipto faraónico tenía una meta: “Envia a Mi pueblo” era el “grito de batalla” elevado por Moshé. Pero allí no concluía el clamor: el versículo posee otro final: “Veiaabduni”, o sea “Para que Me sirvan a Mi”, hablaba el Todopoderoso por boca de su enviado.
“Servir a D-s” significaba abandonar por siempre la esclavitud egipcia para ingresar a otra suerte de servicio: a D-s, el D-s de Abraham, Itsjak e Iaacov… Tal como afirmaba el poeta y sabio judeoespañol, Rabi Iehuda haLevi: “El esclavo de esclavos, es esclavo por la eternidad; solo el que sirve a D-s es el hombre verdaderamente libre”.
La cima del Monte Siani seria el punto de partida. La más pequeña de las montañas, al decir de los sabios. El Todopoderoso no requiere de grandes alturas para presentarse ante el hombre.
“Y esta te será a ti por señal”, había advertido entonces D-s a un incrédulo Moshé en los prolegomenos de su misión. “Al salir este pueblo de Egipto, Me servirán a Mi en esta montaña”. Moché, entonces, permanecía impávido ante lo inexplicable. No comprendía. Seguía absorto en su visión. Escuchaba más no entendía. Todo lo veía, pero aun deberia entender. Por entonces su gran pregunta era: “¿Por qué la zarza -que ardía en fuego- no se terminaba de consumir?”
Estaba frente a ese arbusto pequeño, ardiendo en el fuego. Era el comienzo de su noble mandato. Liberar a Israel. Conducirlo hasta los pies de esa montaña. Abrevar a esa multitud de Palabras. Palabras de vida, orden moral, sentido ético. Palabras de la Tora. Cincuenta días después de salir de Egipto, se acercaba el tiempo de Matan Tora.
Así es como Shavuot, la Fiesta de las Semanas, privilegia con este su primer nombre, el sentido mismo del Tiempo, sentido primero y excluyente para el esclavo liberado. Sin tiempo propio, sin el dominio de mi propio tiempo, toda imagen de liberación es solo una realidad virtual.
Salir de Egipto debe ser parte de la realidad. En cada generación, en cada época, a cada instante, el hombre debe verse a si mismo como si el mismo estuviera saliendo de Mitsraim. Ejercicio físico, por un lado; dinámica espiritual, por el otro. Solo teniendo en cuenta al tiempo -dominio terrenal del hombre- es que se puede arribar a Shavuot = Tora, en nuestra ecuación.
“Y debes saber que no es verdaderamente libre sino aquel que se dedica al estudio de la Tora”, aseveraban los maestros de la Tradición Oral, en el Tratado de Avot.
Así es que llega Shavuot. No privilegiando el paso del tiempo sino mi paso por el tiempo, que es sensiblemente diferente…
La tradición litúrgica, en el Ritual de Oraciones, nos sugiere un nombre mas para la festividad: “Zeman Matan Tarateño”, es decir “Tiempo de Entrega de Nuestra Tora”. Vuelve aquí también nuestro vinculo inclaudicable con el Tiempo. Pero ya no solo con el nuestro: al tiempo terrenal, humano, se “le suma” otro, el Celestial, Divino
Ciertamente no serán coincidentes. Al decir del rey David en sus Salmos: “…Mil años son ante Ti como un día que ha pasado”. ¡Vaya si son diferentes de acuerdo a esta percepción! ¡Un día de D-s equivale a mil nuestros, en el pensar del monarca! Y ese Tiempo Celestial se asocia a una Entrega: la Tora, Celestial también ella. La tradición judía ancestral acuño una frase: “Tora min haShamaim”, que significa “la Tora proveniente de los Cielos”, adjudicándole a la misma la autoria del Creador. Asi lo revela el texto bíblico, al referirse a las Primeras Tablas de la Ley: “Y las Tablas, de Piedra eran, y la Escritura, Escritura Divina, grabada sobre las piedras”. Material y Escritura Divinas.
Sin embargo, el nombre en la plegaria hace saber el destino: Matan = Entrega; Toratenu = de Nuestra Tora… Una vez descendida de los Cielos -darían a entender los sabios- pertenecería al reino de lo terrenal, habitaría entre los hombres para no regresar más a su recinto de Santidad.
Shavuot es tiempo de Entrega de la Tora. En el mes de Siván, tercero del calendario. A cincuenta días de la liberación de Egipto. Servir a D-s significaría para esa nación de esclavos, escuchar -todos y cada uno de acuerdo a su potencia- lo primero, lo esencial, lo sublime: “Yo soy HaShem, Tu D-s, que te he liberado de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud”.
Ante todo debo saber quien soy, de donde provengo. Y la Tora lo deja bien claro desde un principio. El segundo paso es saber donde me dirijo. La elocuencia del Sinai, alli en medio de la Entrega de la Tora, no tarda en pronunciarse: “No tendrás otros dioses delante de Mi…”
Haber dejado atrás la esclavitud, presupone el ejercicio de mi libertad física y, por sobre todo, espiritual, por eso es que mis pasos deben dirigirse hacia lo sublime, lo eterno. No hay posibilidad para la idolatría en el hombre libre, pareciera insinuar nuestra Tora. Y si hay lugar para la idolatria, entonces pensemos a que tipo de libertad hemos llegado y alcanzado.
Shavuot, la Fiesta de las Semanas, propone un saber: de donde vengo, y un conocer: hacia donde voy…
Es por ello que me habla de Matan = Entrega de la Tora. No se menciona la recepción. No escuchamos en las fuentes aquello de un “Tiempo de Recibir Nuestra Tora”. ¿Por que? nos preguntamos. Nuestros maestros -de bendita memoria-lo respondieron: la Sagrada Tora fue entregada una sola vez, no más. Recibirla se la puede y se la debe recibir todos los días, todos los tiempos…
Esta idea, un principio de la cosmovisión rabínica referente a la Tora, su estudio y su asunción como cosa individual y colectiva, responde en parte a la pregunta de Moshé, en el mismisimo Monte Sinai, que aun permanece formulada: “¿Por que es que no se consume el arbusto?” El fuego que arde sin consumirse es como el alma de cada hombre. Cuando ese hombre intenta alcanzar la dignidad, la gloria, la majestuosidad que le fue conferida desde que fue creado por el Creador, entonces se aviva el fuego, perdura mas allá de los límites establecidos, y es entonces, cuando libre, se aproxima a escuchar la Palabra del Creador. Es entonces, cuando libre, que transita por los caminos de la Creación.
Caminos que el rey Salomón en sus Proverbios definía, cuando de Tora hablaba: “Sus caminos, son caminos agradables; y todas sus sendas conducen a la paz…”
Sabeo, Semanas, Matan Tora es la parada en el camino de lo moral y de la vida. Para saber “de donde provienes y hacia donde te diriges”. Ni más ni menos.
Rosh Jodesh Sivan 5758 – ¡Jag Sameaj u-Moadim le-Simja!
SHAVUOT 2
Jag HaShavuot
Nuestra Tora, en el libro de Shemot (Éxodo) cap. 23, acentúa fundamentalmente el carácter agrícola de Sheloshet Haregalim: Pesaj, Shavuot y Sucot. (Siendo estas las tres únicas festividades en las cuales el pueblo se dirigía en peregrinación al Santuario de Jerusalem.
Asi, a la festividad de Pesaj la denomina Jag HaAviv (Fiesta de la Primavera), queriendo indicar con ello el tiempo en que la cosecha se halla en maduracion y florecimiento.
A Sucot la llama Jag HaKatsir, donde el campesino comienza a obtener los primeros frutos del año. Es en este momento cuando le es ordenado traer los Bikurim (Primicias de la raiz hebrea “bejor” = “primogénito”) de esa primera cosecha, que serán ofrendados a D-s como señal de agradecimiento por la productividad de sus campos.
Así, en este contexto meramente ligado a la naturaleza, tienen su origen estas festividades de nuestro calendario. Empero, la tradición de Israel, en su afán de persistir o más bien de trascender en el tiempo y leyes de la naturaleza, fue agregando con el correr de los siglos, un nuevo sentido a lo natural, que si bien suele ser imperecedero, podría transformarse hasta el punto de convertirse en una rutina (!). Digamos -para afirmar este pensamiento-, que el “más sabio entre los hombres” (atributo dado al rey Salomón, hijo de David), un agudo observante del accionar del hombre y de la naturaleza, nos transmite en el libro de Kohelet (Eclesiastés) lo siguiente:
“El sol también se levanta y el sol se pone, apresurándose a volver al lugar de donde se levanta” (Cap. 1:5).
“Todos los ríos van al mar, y el mar no se llena; al lugar adonde van los ríos, alli mismo vuelven a correr” (Cap. 1:7).
“Aquello que ha sido es lo que será; y lo que se ha hecho es lo que se volverá a hacer, pues nada hay nuevo debajo del sol” (Cap. 1:9).
Vemos entonces en sus palabras que todo lleva a un cansancio, a una continuidad rutinaria que lleva al autor a afirmar, en su visión sobre la vida, aquel mensaje famoso de “No hay nada nuevo bajo el sol”.
Valiéndonos desde esta perspectiva nos queda un poco más claro la identificación de nuestras festividades, en un contexto más amplio: el de la historia. Entonces Pesaj llevara impreso el sello de Jag HaJerut (la fiesta de la libertad) rememorando la histórica liberación del pueblo de Israel de Egipto. Asi también Sucot se habrá de “transformar” en la festividad que recuerda el andar de cuarenta años por el desierto, hablándonos de las Sucot, esas frágiles construcciones (cabañas) en las cuales habitaron.
Por último, y siendo el tema que no ocupa, Shavuot marca también un tiempo: el tiempo de la entrega de nuestra Tora (Zeman Matan Toratenu).
Y ahí radica la grandeza de nuestras tradiciones: hacer contemporáneo en forma casi permanente el sentido, los valores, los orígenes mismos que dieron vida a un pueblo, a una nación. No somos ni fuimos adoradores de la naturaleza, sino más bien, ver en ella la majestad Divina (Creadora de los Cielos y la tierra) y que nos recuerda que todo aquello que de ella emana, nos impone una entrega, un esfuerzo, un “sacrificio” (korban) por asi decirlo, a nuestro accionar. Pero no todo termina en ella. Hay momentos que en la vida de un pueblo hacen imposible el continuar sus tradiciones y ¿quien como el pueblo judío se vio a la largo del tiempo obligado a abandonarlas, o más bien a renunciar a ellas so pena de muerte?
Y es quizás por estas penosas circunstancias que se vio en la tremenda necesidad de revitalizar sus contenidos, que si bien primariamente revestían un carácter único (quiere decir agrícola), un pueblo que agradece a su D-s por las bondades de la tierra en un sentido mucho más amplio, trascendente… Algo así como un intento de querer salir de la rutina natural, para embeberse en el Zeman (Tiempo) cambiante, renovador, adecuado al instante preciso en el que se desarrolla su vida.
De ahí inferimos también las sabias palabras del rey Salomón cuando decía:
“Para todo hay un tiempo oportuno; y hay un tiempo determinado para todo asunto debajo del cielo” (Cap. 3:1).
Cada acción, cada etapa, tiene su tiempo exacto y no otro. Y lo importante para nosotros es saber dimensionar ese tiempo que está a nuestro alcance, para hacer de el a veces una rememoración, a veces una eternidad; pero convencidos en nuestro fuero mas intimo que nuestra tradición nos quiere “imponer” estos momentos de festejos, y alguna vez los otros momentos, para que sepamos apreciar que en nuestra vida, en la vida de todos los hombres, en la vida de todo un pueblo, tal vez, haya un tiempo de liberación, un tiempo de construcción (Sucot) y, por sobre todo, un tiempo de Tora: entrega, recepción y transmisión, generacionalmente, desde Sinai hasta nuestros días.
Por todo esto, la milenaria tradición de Israel no se ha estancado en su concepción acerca de la naturaleza; es más, toda ella se ha puesto al servicio del Hombre, para su provecho, no para adorarla, sino para que el Hombre pueda observar la obra de D-s y agradecer por todo lo que tiene y sabe disfrutar, pues en un acto de imitación bien podría el ser humano ser un fiel reflejo de esa misma naturaleza, sobre la cual el autor de los Salmos nos relata:
“Los cielos proclaman la gloria de D-s,
El firmamento anuncia Su creación.
Los días transmiten Su palabra,
Las noches testifican Su esencia…”
(Tehillim, Cap. 19)
Sepamos apreciar estos tiempos naturales e históricos, y tratemos de que lo nuestro, costumbres, tradiciones, vivencias, jamás caigan en la rutina, pues nuestra fe es para “Elokim Jaim” (un D-s viviente), y nuestra Tora un Ets Jaim (un arbol de vida), y nosotros un Am Israel Jai, un pueblo con vida, con tradiciones vivas, que pueden recrearse solo a partir de nosotros mismos…
¡Jag Sameaj! ¡Moadim LeSimja!