Tres Lecciones de Tres Hitos

ANÁLISIS / OPINIÓN, Chile

Por León Cohen, presidente CJCh

Estamos ad portas de 2017, año que en que como judíos recordaremos y celebraremos tres hitos muy relevantes.

En primer lugar el triunfo hace ya 50 años en la Guerra de los Seis Días. En Mayo de 1967, el presidente Nasser de Egipto expulsa a la guarnición militar de la ONU de la Península del Sinaí, al mismo tiempo que bloquea el Estrecho de Tirán, cortando el acceso de Israel al Mar Rojo. A la fecha, además, era evidente la existencia de un acuerdo con Siria para iniciar en forma inminente una guerra total contra Israel. Sin más opción, Israel ataca por sorpresa a sus enemigos y los derrota en forma fulminante. Gracias a esta victoria, Israel logra su supervivencia como Estado, y, quizás en su momento más épico, los soldados llegan al Kotel, y lo reabren para siempre, si D´s quiere, al culto de nuestra fe.

En segundo término, los 100 años de la Declaración Balfour. A comienzos de Noviembre de 1917, el Canciller británico Arthur James Balfour le envía una carta al Barón Lionel Rothschild, señalando la favorable disposición para la creación de un hogar judío en el territorio de Palestina, que luego sería regido por Gran Bretaña, bajo un mandato otorgado por la Liga de Naciones, tras la desaparición del Imperio Otomano. Finalmente, a 2000 años de la expulsión por parte de los romanos, una potencia reconocía el derecho del pueblo judío a la autodeterminación en su suelo ancestral.

Por último, los 70 años de la Partición. A fines de ese mismo mes de Noviembre, en 1947, las Naciones Unidas votan por más de dos tercios la partición del territorio incluido en el mandato británico sobre Palestina, en dos estados, uno judío y otro árabe. Como sabemos, esta partición fue aceptada por el liderazgo judío, proclamándose a los pocos meses el Estado de Israel. Los árabes, en cambio, no reconocen la resolución de la ONU, dando lugar así a la Guerra de 1948.

De estos tres hitos surgen tres lecciones muy claras, que esperamos impacten positivamente el complejo escenario en que se desarrolla el conflicto del Medio Oriente.

Primero, la consagración del principio de la libertad religiosa. Entre 1948 y 1967, años en que Jerusalem estuvo bajo dominio jordano, los judíos no pudieron acceder a sus lugares más sagrados, entre los que por supuesto sobresale el Kotel. No obstante lo anterior, desde 1967 en adelante, tanto musulmanes como cristianos han podido ejercer en plenitud su libertad de culto en Jerusalem. De hecho, una mirada rápida y no sesgada de toda la región, muestra que el único Estado que es capaz de garantizar la vida cristiana en esa parte del mundo es Israel.

Segundo, el derecho inalienable del pueblo judío a tener un Estado propio en el lugar donde nació. Somos judíos, porque hace casi 3000 años nuestros antepasados, específicamente de la Tribu de Judá, se asentaron en esas tierras próximas a Jerusalem. Por supuesto el derecho a tener un Estado no es privativo nuestro, sino es compartido en forma universal por todos los demás pueblos, incluyendo al palestino.

Tercero, la gran ventaja de la resolución política de los conflictos por sobre la militar. Hoy Israel goza de una relación pacífica con dos de sus vecinos, Egipto y Jordania. Esta se logró gracias a difíciles pero exitosas negociaciones, tras las guerras y muertes que precedieron la firma de los tratados con ambos países. Con Siria y Líbano esto es imposible. Se trata de dos estados fallidos, uno en plena guerra civil con centenares de miles de muertos, y otro que permite la existencia de un partido político que tiene una milicia, financiada por Irán, mucho más poderosa que el ejército nacional, me refiero a Hezbolá que está jugando un rol protagónico en la guerra civil de Siria. Con el mundo palestino, se sigue estancado tras los acuerdos de Oslo.

Quizás sobre estas tres premisas fundamentales se pueda a futuro encontrar la solución al problema que hoy enfrenta a israelíes y palestinos. Así, alinearse tras un efectivo respeto a la libertad religiosa, al reconocimiento de los derechos de todos y cada uno de los pueblos a la autodeterminación, a la legitimidad de sus demandas, y a la primacía de la negociación política bilateral por sobre la confrontación bélica, incluido por cierto el terrorismo, podría permitir a ambos pueblos alcanzar sus objetivos nacionales.

En nuestro país, lamentablemente, no ha habido interés de la comunidad palestina para abordar bajo estos principios el desafío de aportar a la paz. Todo lo contrario, lo que ha primado ha sido una constante descalificación. En los últimos meses, en esta línea, hemos presenciado la emisión de conceptos injuriosos contra Shimón Peres, al mismo tiempo que el presidente Abbas asistía a sus honras fúnebres, la traída a Chile de los miembros de la secta Neturei Karta, que aboga por la destrucción de Israel, y el desaire y discriminación que sufrió la esposa del Embajador de Israel al negársele la participación en el Bazar de la Asociación de Cónyuges Diplomáticas (ACD), realizado en el Estadio Palestino.

A pocos días de encender las velas que simbolizan el milagro de Januca, esperemos que el 2017 traiga buenas noticias desde el Medio Oriente, y que soplen nuevos y mejores vientos de convivencia en nuestro país. Al igual que en Januca, para que el milagro se produjera hubo alguien que encendió la Menorá contra todo pronóstico por la falta de aceite, así nosotros como comunidad judía debemos seguir luchando incansablemente por la libertad religiosa en todo el mundo, por la legitimidad de nuestra aspiración nacional cristalizada en el Estado de Israel, y por la promoción de las vías políticas y no las bélicas, rechazando la discriminación y el terrorismo, para que pueblos y estados superen sus diferencias y puedan vivir en paz. ( Fuente: La Palabra Israelita ).

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