Vive y deja vivir

COMUNIDAD

Por Shai Agosin, Presidente de la Comunidad Judía de Chile

Cuando defendemos una doctrina o un dogma se hace casi imposible ejercer la tolerancia.

Tolerancia, una palabra que en estos tiempos convulsos saca a relucir su implacable peso semántico, nos mueve en las entrañas como una bofetada de conciencia. Enemiga de la hipocresía de estos días, la tolerancia se puede definir simplemente como la aceptación de la diversidad, el derecho fundamental a pensar de manera distinta, en todos los ámbitos, en todos los mundos.

Saber escuchar y aceptar a los demás es el valor de esta palabra tan mancillada por momentos.

Aceptar la diversidad nos hace ricos en espíritu, nos hace valorar las distintas formas de entender y posicionarse en la vida.

La tolerancia bien entendida debe ser en un marco de respeto, es una disposición a admitir en otros una forma de mirar parte o el mundo de manera distinta a la nuestra, hermana del pluralismo, sin duda es una cualidad virtuosa.

La historia de la humanidad está basada en la tolerancia, pero también en la intolerancia: las guerras, las conquistas, la aparición de culturas y la desaparición de civilizaciones completas son resultado de la implacable no aceptación de la diferencia entre seres humanos.

Se ha dicho que la tolerancia es fácil de aplaudir, difícil de practicar, y más difícil aún de explicar.

La oposición de Gandhi al gobierno británico de la India se basaba en la tolerancia; raro, pero cierto. En sus discursos repetía incansablemente que “dado que el mal sólo se mantiene por la violencia, es necesario abstenerse de toda violencia”. Y que, “si respondemos con agresividad, nuestros futuros líderes se habrán formado en una escuela de terrorismo”. Este ejemplo se podría tomar como cimiento fundamental del aceptar, tolerar hasta que incomode, incluso hasta que duela.

Aunque a nuestros ojos algo esté mal, se debe permitir cuando se piense que impedirlo provocará un mal mayor o impedirá un bien superior.

Cuando defendemos una doctrina o un dogma se hace casi imposible ejercer la tolerancia. Es trascendental aclarar también que es entendible y legítimo no tolerar cuando esto implica quebrar valores fundamentales de respeto. Aquí es apropiado tomar la frase pilar del judaísmo“No le hagas al otro lo que no te gustaría que te hagan a ti”.

La validez de la intolerancia, en la mayoría de estos casos, es socialmente de acuerdo común y es cuando ese actuar destructivo, en general, sólo pertenece a un individuo o a un reducido grupo de inadaptados. Ejemplos existen a primera vista: el nazismo, la xenofobia, la homofobia, entre otros, no deben ser toleradas.

En la sencillez, en la humildad está el núcleo esencial de la tolerancia. No somos dueños de la verdad absoluta, nadie puede atribuirse ese don divino.

En este mundo intolerante, lleno de conflictos y violencia debemos promover la aceptación de la diversidad, ser embajadores de la tolerancia, no coartarla, no amordazar la libertad como se hacía en las épocas más oscuras de nuestro Chile.

La tolerancia es un regalo divino, una cualidad de nuestro pueblo que debemos fomentar y practicar en pro de un mundo mejor y más justo. Fuerte debe sonar en nuestros oídos el “vive y deja vivir”.

Shai Agosin, Presidente de la Comunidad Judía de Chile

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