La tensa espera prebélica

Medio Oriente

Por Gustavo Perednik

 

El anuncio del presidente Barack Obama (31-8-13) de que el mundo deberá aguardar, incluso tal vez un mes, antes de detener a Assad en Siria, evoca otro discurso vacilante de hace casi medio siglo, que también abrió las compuertas para una tensa espera antes de que se detuviera a Assad (el padre).

En efecto, las tres semanas que precedieron a la Guerra de los Seis Días se denominan en la historiografía judía “el período de espera” (Tekufat Ha’hamtaná).

Se extienden desde el 15 de mayo de 1967 (cuando las tropas egipcias cruzaron el canal de Suez y penetraron en la península del Sinaí) hasta el 5 de junio (día en que estalló la guerra).

Para una buena parte del pueblo judío, ese período fue de un fortalecimiento inédito de su identidad. Israel corría el riesgo de ser literalmente aniquilada, y el mundo parecía dispuesto a permitir que ello sucediera.

La sucesión de eventos fue muy significativa. El 17 de mayo, el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser demandó de la ONU que retirara sus cuatro mil soldados (UNEF) apostados en el Sinaí y en Gaza.

A pesar de los esfuerzos de Abba Eban, representante israelí en el organismo internacional, dichas tropas fueron evacuadas en unos pocos días, a pesar de que el objetivo de su instalación allí había sido precisamente impedir enfrentamientos.

La ONU mostraba una vez más que es patéticamente impotente para frenar las agresiones, tal como hoy se revela en su imposibilidad de contener las masacres de Assad (esta vez el hijo) mientras más de 100.000 sirios ya han muerto en los dos últimos años y medio.

En 1967, los optimistas en Israel supusieron que la agresión árabe no se consumaría, debido a que la guerra civil en el Yemen mantenía involucrados a los egipcios en otro frente. Desde el podio de la Knéset, el Primer Ministro Levi Eshkol, intentó calmar a la población.

De nada sirvió. El impulso panarabista prevaleció, y Nasser declaró que sus fuerzas se desviarían desde el Yemen hacia el Sinaí. Israel entendió que había llegado el momento de reclutar a todo hombre en condiciones de servir militarmente, lo que produjo una parálisis económica y un impasse emocional en el país entero.

Egipto se apostó militarmente en Sharm-el-Sheik y, con el estímulo soviético, el 23 de mayo cerró los estrechos de Tirán al paso de los buques cuyo destino fuera Israel. Estas medidas, que contradecían las leyes navieras internacionales, fueron consideradas casus belli por Jerusalem.

En un inédito gesto de reconciliación histórica, los dos grandes rivales políticos israelíes, David Ben Gurión y Menajem Beguin, se reunieron en Sdé Bokér.

Y un dato adicional indica el paralelo con los días que corren, en los que Obama no irradia convicción en la necesidad de intervenir en Siria. Tan poco, como el discurso vacilante de Levi Eshkol del 28 de mayo de 1967.

Eshkol pronunció una alocución radial a la nación, una vez más en el intento de transmitir ánimo a una población expectante.

Pero en un momento el Primer Ministro titubeó al hablar, y el episodio terminó conociéndose como “la alocución tartamuda”. La prensa sugirió que el Eshkol no estaba a la altura de las circunstancias, y que no podía seguir ocupando simultáneamente el cargo de Ministro de Defensa.

Los días presentes son reminiscentes de aquellos otros, y hoy en día Occidente parece necesitar de un líder que transmita seguridad para poner límites a los tiranos asesinos.

En Israel de 1967, la medida que devolvió confianza a la ciudadanía fue que el 1 de junio el General Moshé Dayan fue designado Ministro de Defensa. También Menajem Beguin se unió al gabinete, que se transformó así en el primer gobierno de unidad nacional de la historia de Israel, incluyendo a los dos bloques ideológicos que construyeron el Estado.

En Jerusalem y en Tel Aviv, la gente comenzaba a cavar trincheras.

El Jefe del Estado Mayor era el general Isaac Rabin. Ante ciertos círculos que flaqueaban, el Mayor General Ariel Sharón anunció que “el Ejército de Defensa de Israel estaba más preparado que nunca”. La reunión del Gabinete del 4 de junio fue dirigida por Moshé Dayan, y a las 7.45 horas del día siguiente estalló la guerra.

Durante el primer día de la guerra se llevó a cabo la Operación Foco (“Mivzá Moked”), diseñada por el hombre fuerte de la Fuerza Aérea, Ezer Weizmann. Una serie de ataques contra las bases egipcias de aviación se concretaron a alrededor de las 8.00 horas de la mañana, mientras los aviones egipcios estaban en tierra después de haber efectuado su tradicional primera ronda del amanecer. Quedó claro que Israel poseía una información extremadamente detallada de las bases atacadas, incluidas las listas de los pilotos egipcios y su rango.

Egipto perdió más de dos tercios de sus 420 aviones de combate, así como 13 de sus más importantes bases aéreas y 23 estaciones de radar. La victoria fue aplastante desde el primer momento.

En el frente norte, desde las Colinas del Golán, la Siria de Assad (padre) bombardeó las poblaciones civiles israelíes de Galilea. El contraataque de la aviación israelí destruyó más del 60% de la Fuerza Aérea siria. Así, el segundo intento árabe de destruir al joven Estado de Israel, había fracasado. El resto es historia, gloriosa y conocida.

La batalla que aún debe librarse en estos días contra Assad (hijo) tiene el potencial de la de 1967: crear un nuevo Medio Oriente libre de las fuerzas del mal que lo mantuvieron durante décadas sumido en la postergación.

Para ello, un liderazgo firme es primordial, porque los momentos cruciales de la historia nunca son propicios para flaquezas y titubeos.

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