Ataques palestinos: la denominación no altera los hechos

Medio Oriente

Por Marcelo Wio (*)

«Los pretendidos enajenados o hastiados forman parte de una sociedad sometida a una prolongada y casi diaria incitación al odio que glorifica la violencia y el terrorismo»»Se trata de una sociedad en la que los terroristas apresados por Israel reciben sueldos de la Autoridad Palestina (financiada por la Unión Europea y Estados Unidos, entre otros. ¿España pagaría salarios a terroristas de ETA?)»

Locos. Desesperados. Lobos solitarios. Hombres (y mujeres) movidos por sus propias motivaciones. Eso suele escucharse o leerse a raíz de la ola de ataques palestinos en curso.

El problema con esas excusas es que se vienen abajo ante el análsis más superficial de los hechos, del contexto. Los pretendidos enajenados o hastiados forman parte de una sociedad sometida a una prolongada y casi diaria incitación al odio que glorifica la violencia y el terrorismo.

Una sociedad en la que los terroristas apresados por Israel reciben sueldos de la Autoridad Palestina (financiada por la Unión Europea y Estados Unidos, entre otros. ¿España pagaría salarios a terroristas de ETA?).

Una sociedad cuyos líderes dicen, como Abás (16/09/2015), que la Iglesia del Santo Sepulcro es palestina (es decir, árabe, musulmana), y que bendice “cada gota de sangre que se ha derramado por Jerusalén”.

Una sociedad que ha escuchado hasta la saciedad que todo les pertenece; porque, como sostiene Hamas,la tierra de Palestina es un waqf islámico consagrado a las futuras generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio.

Una sociedad en la que un alto funcionario, Abás Zaki, declara durante una entrevista (12/03/2014, televisión oficial de la Autoridad Palestina):

Estos israelíes no tienen creencias ni principios. Son el instrumento avanzado del mal. (…) creo que Alá los reunirá para que podamos matarlos. Estoy avisando al asesino de su muerte.

Una sociedad en la que la organización liderada por el propio presidente tiene un “brazo armado”… ¿Se imagina al PSOE español con un brazo armado? ¿A los democristianos alemanes? ¿A los demócratas estadounidenses?

Una sociedad que ha sido puesta ante el todo o nada y cuyos líderes parecen haber quedado atrapados en las trampas de su propia dialéctica: basta leer la carta fundacional de Hamás, o recordar las palabras (Al Kass Sports Channel de Catar, junio de 2013) de Yibril Rayub, secretario general adjunto del Comité Central de Fatah, jefe del Comité Olímpico Palestino y exdirector de la Fuerza de Seguridad Preventiva en Cisjordania: “Toda Palestina, desde el río [Jordán] al mar [Mediterráneo], está ocupada”; es decir, todo es “nuestro”.

Una sociedad condenada a la frustración y la desilusión permanentes, lo que allana el camino a la incitación contra el otro como culpable del propio fracaso.

Una sociedad de gente tenida por prescindible: “Es mejor que mueran en Siria a que renuncien a su derecho de retorno”, dijo Abás en 2013 sobre los refugiados palestinos en Siria y la posibilidad de reasentarlos en Cisjordania y Gaza. Los componentes de la sociedad como herramientas, como piezas sin valor si no benefician al ideal.

Una sociedad en la que el odio al otro está tan instalado que las órdenes explícitas para lanzar un ataque devienen innecesarias. El terreno está demasiado abonado.

Ni lobos ni solitarios. Hombres que actúan de acuerdo a los modelos y normas no escritas de la sociedad en la que viven, de la que son parte.

El nombre que se pueda dar a esta oleada de ataques palestinos (¿intifada?) será eso, una manera de denominar unos hechos… que el déjà vu no contibuye a elucidar. El proceso que ha conducido hasta este instante no puede resumirse en una palabra, en un nombre: los tiempos cambian, las circunstancias cambian; pero el conflicto perdura y busca otros medios, otras estrategias para el mismo fin de siempre. Quedarse en la palabra –vamos, en si es o no una intifada– es centrarse en lo pequeño, en una discusión que sólo sirve a quienes cometen los atentados, a quienes los alientan y a quienes con su indulgencia o silencio los consienten; y que, en definitiva, deshumaniza a las víctimas, convertidas en un amasijo de cifras anónimas (en las que se confunden con los perpetradores) y en partes de “espirales” de violencia abstractas, en las que el victimario termina por ser, si no justificado, sí disculpado.

Estos hechos han puesto de manifiesto que ya no hace falta la orden expresa para que se produzcan ataques: una leve subida del tono de los discursos, una palabra en el momento justo, en el lugar justo, obrará como tal. Ese, precisamente, es el fruto de la incitación constante, oficial.

( *) Analista de Camera (Committee for Accuracy in Middle East Reporting in America).

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