Conflicto palestino-israelí: sin solución a la vista

Medio Oriente

Marcos Peckel (*)

Hace un siglo comenzó a labrarse la conformación política de Medio Oriente, en el momento de la caída inminente del Imperio Otomano y cuando las potencias coloniales empezaron a repartirse sus extensos territorios en una serie de acuerdos secretos.

Precisamente el más importante de estos acuerdos, el Sykes-Picot, suscrito entre Mark Sykes, consejero para asuntos del Medio Oriente de la cancillería británica y su homólogo francés en el Quay D´Orsay, George Picot, cumple este año su primer centenario.

Pero fue en la Conferencia de París de 1919, posterior a la Primera Guerra Mundial, cuando se determinó la división política de Medio Oriente y se fundó la Liga de la Naciones, génesis del sistema internacional constituido alrededor de los Estados, propuesta del presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson.

El artículo 22 de la carta de la Liga estableció la figura de los “mandatos”, una artimaña paternalista que le asignaba un territorio a una potencia europea para administrarlo mientras “los pueblos nativos desarrollaban habilidades para autogobernarse”. Bajo esta figura en la Conferencia de San Remo de 1920 a Gran Bretaña le fueron asignados los mandatos sobre Irak y Palestina, mientras que a Francia se le asignó el mandato sobre Siria y Líbano.

El texto del Mandato Británico incluía en su preámbulo como obligación para la potencia mandataria, implementar la Declaración Balfour emitida por la Cancillería Britania en 1917 por medio de la cual “el gobierno de su majestad ve con buenos ojos el establecimiento de un hogar nacional judío en Palestina”. La Liga de Naciones reconoció el vínculo histórico entre el Pueblo Judío y la Tierra de Israel, bautizada Palestina por el imperio Romano tras la expulsión de los judíos en el año 70. Es durante los años del mandato británico que nace el conflicto palestino-israelí.

La resolución de Partición de Palestina aprobada por Naciones Unidas el 29 de Noviembre de 1947 pone fin al mandato británico y haciendo justicia a ambos pueblos, determina la creación de dos Estados en lo que era el territorio del mandato; uno árabe y uno judío.

La resolución de partición, que los judíos aceptaron jubilosamente, fue rechazada por los palestinos y por los países árabes, que le declararon la guerra al naciente Estado judío el mismo día en que este declaró su independencia (15 de Mayo de 1948).

Esta guerra, que concluyó con la derrota de los ejércitos árabes, impidió la creación del Estado palestino y dio origen a la crisis de los refugiados.

El conflicto es un choque de dos narrativas sobre el derecho a una tierra de 22 mil kilómetros cuadrados en que el único compromiso posible es la división del territorio tal como lo estipuló la resolución de partición de la ONU y como ha sido desde entonces la búsqueda de la paz entre judíos y palestinos: dos Estados para dos Pueblos. Ninguno obtendrá todo lo que anhela pero la alternativa a no aceptar un compromiso es no tener nada y eso ha sido hasta ahora la tragedia palestina, producto principalmente de su negativa a reconocer a Israel como Estado Nación del pueblo judío a cambio del suyo propio y su Estado nacional.

Cien años después del comienzo de esta historia,

• Los judíos tienen en el Estado de Israel la realización de su sueño nacional y la independencia en su tierra ancestral, un Estado democrático con instituciones políticas sólidas, una economía basada en alta tecnología y la innovación, con un elevado estándar de vida y membrecía en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.

• Por su parte, el pueblo palestino está cada vez más lejos de realizar sus aspiraciones nacionales y de obtener su Estado.

El fracaso palestino

Una historia que revela que los palestinos han sido los peores enemigos de si mismos con sus perennes divisiones y la carencia de un proyecto realista de nación. La división se manifiesta hoy por hoy en la imposible conciliación entre el movimiento nacionalista Fatah y el islamista Hamas.

El privilegiar la “lucha armada” que para el caso no ha sido sino terrorismo pues las víctimas han sido siempre civiles, desde la misma incepción de la OLP en 1968 ha sido nefasto para los palestinos. Cuando la OLP finalmente decide abrazar la opción política, Hamás toma el relevo de la violencia y con los terroristas suicidas de comienzos del milenio en la llamada segunda intifada acaba con los acuerdos de Oslo cuando más cerca se estuvo de resolver el conflicto. Cada ola de violencia, sean suicidas, cohetes, túneles o cuchillos termina haciéndole daño al pueblo palestino.

Poco han ayudado a la causa palestina los aliados que por décadas han sido sus grandes defensores. La izquierda con su rabioso “antisionismo”, creando una versión maniquea y manipulada de la historia, negando el derecho del pueblo judío a su autodeterminación mientras que el de los otros pueblos del mundo es sacrosanto. Acusando al sionismo de “movimiento colonial” ignorando el hecho que el sionismo nace de las entrañas mismas del pueblo judío con el único objetivo de obtener su independencia.

Que el sionismo ha sido exitoso en sus alianzas y que en su momento la alianza con Gran Bretaña fue un camino necesario son hechos incontrovertibles. El principal líder del nacionalismo palestino, Aj Amin-el-Husseini, buscó para su causa el apoyo de la Alemania nazi.

Los regímenes árabes, por su parte, han manipulado la cuestión palestina a su antojo, han fomentado las divisiones y por años han usado la causa palestina como una cortina de humo para ocultar el volcán social que fermentaba bajo su superficie y estalló en 2011, en la Primavera.

El mundo árabe, que en su momento fue una gloriosa civilización, es hoy un patético escenario de Estados colapsados, guerras fratricidas, sociedades postradas, dictaduras, vergonzosos índices de desarrollo humano y un lamentable panorama en derechos humanos, del que se salvan solo unos pocos.

Las organizaciones internacionales con su inocultable sesgo contra Israel, como el Consejo de Derechos Humanos de la ONU que calla frente al genocidio en Siria o la matanza saudita en Yemen o el mismo terrorismo palestino, pero no pierde ocasión de condenar a Israel por lo humano y divino.

Tras el colapso del proceso de paz que impulsó el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, en abril de 2014, el conflictito palestino-israelí quedó en el limbo, sin un mediador capaz de acercar a las partes.

Sobre la mesa solo queda la iniciativa de paz de la Liga Árabe (IPA), promulgada en 2002 y refrendada posteriormente en dos ocasiones. Esta prevé una completa normalización de las relaciones entre el mundo árabe e Israel a cambio de una retirada del Estado judío a las fronteras de 1967 (anteriores a la guerra de los seis días) con intercambios territoriales mutuamente acordados.

Israel tiene reparos a la IPA por la amarga experiencia de procesos de paz anteriores (Oslo, Camp David 2000, Annapolis) en los que ofreció importantes concesiones respondidos negativamente por los palestinos y por lo que significó el poner fin a la ocupación de Gaza en 2005, territorio del cual la Autoridad Palestina fue posteriormente expulsada por Hamás para convertirlo en un trampolín de ataques con cohetes contra Israel.

Alguna convergencia entre la IPA y el Cuarteto (ONU, Estado Unidos, Rusia y la Unión Europea) podría llevar en algún momento a reiniciar las conversaciones para un acuerdo de paz o, por lo menos arreglos parciales.

Sin embargo las posibilidades de lograr la paz entre Israel y Palestina sobre las base de dos Estados son mínimas. Los temas de la negociación (fronteras, Jerusalén, asentamientos judíos, ocupación, refugiados, seguridad y reconocimiento) son bastante complejos y constituyen una ecuación de múltiples variables e interacciones.

Además, el caos que vive la región no facilita un proceso de negociación, y “empuja” el conflicto palestino-israelí al fondo de la agenda.

Los actuales ataques diarios contra civiles en Israel poco auguran y como ha ocurrido en el pasado los más perjudicados por esta ola de violencia serán los propios palestinos. Parte del resentimiento y la desesperanza de la calle palestina está dirigido contra la Autoridad Palestina, encabezada por las desprestigiadas y corrompidas “vacas sagradas” de Fatah.

Esta ola de violencia podría degenerar en un significativo recrudecimiento del terrorismo impulsado por Hamas u otras organizaciones radicales y llevar incluso a un posible colapso de la Autoridad Palestina.

En el entorno estratégico regional se presenta una conjunción de intereses entre el mundo árabe sunita e Israel, ambos preocupados por el acuerdo nuclear de Irán con el P5+1, que en últimas legitima el programa atómico iraní, y le reconoce a los Ayatolas su rol de potencia regional en momentos que sus proxis armados intervienen en Siria, Irak, Yemen y Líbano y Riad rompe relaciones diplomáticas con Teherán en una peligrosa escalada de este conflicto de titanes regionales con alto contenido religioso y sectario.

La guerra civil en Siria, que ya completa cinco años, se ha convertido en el más complejo tinglado geopolítico imaginable y lo que ocurra finalmente tendrá implicaciones directas sobre el entorno regional, incluyendo el conflicto palestino-israelí. No es descartable una conflagración entre Israel y Hezbollah.

Hamas La estrategia de Israel es mantener el statu quo en la medida de lo posible, permanecer atento a los desarrollos en un vecindario en llamas, consciente de que no se pueden cometer errores que pongan en riesgo su seguridad o la de sus ciudadanos. En este contexto, un proceso de paz con los palestinos tendrá que esperar.

Los palestinos, por su parte, divididos, adolecen de estrategia y las iniciativas de Abbas en el ámbito internacional (Corte Penal, Naciones Unidas, etc.) no crearán el Estado palestino.

El conflicto palestino-israelí entra a su segunda centuria sin solución a la vista. Sin embargo, como suele ocurrir en el Medio Oriente, podría haber sorpresas.

* Profesor titular de la Facultad de Relaciones Internacionales, Universidad Externado de Colombia. Profesor e investigador de la Academia Diplomática de San Carlos, Cancillería de Colombia. Columnista sobre asuntos internacionales en El Espectador, El País y Blog Caracol Radio

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