No es la «ocupación»

Medio Oriente

JAI – Por Efraim Karsh

 

A medida que se secaba la sangre en el lugar de la última matanza en Tel-Aviv, el alcalde de la ciudad se precipitaba a empatizar las razones de los terroristas.

“Podríamos ser el único país del mundo en donde otra nación está bajo su ocupación sin derechos civiles”, afirmó. “No se puede mantener a la gente en una situación de ocupación y mantener la esperanza que van a llegar a la conclusión que todo está bien”. Dicha prognosis fue seguida rápidamente por la usual venta ambulante israelí de “esperanza”.

“El terrorismo continuará siempre y cuando el pueblo palestino no vea ninguna esperanza en el horizonte”, argumentó un editorial de Haaretz. “La única manera de hacer frente al terrorismo es mediante la liberación del pueblo palestino de la ocupación”.

Pero esto fue precisamente lo que Israel hizo hace 20 años.

La declaración de principios (Oslo I) firmada en el césped de la Casa Blanca en septiembre de 1993 por la OLP y el gobierno israelí establecía la autonomía palestina en Cisjordania y la Franja de Gaza durante un período transitorio que no debía exceder los cinco años, durante el cual Israel y los palestinos podrían negociar un acuerdo de paz permanente. En mayo de 1994, Israel había completado su retirada de la Franja de Gaza (fuera de un pequeño territorio que contenía una pequeña cantidad de asentamientos israelíes que no “ocupaban” ni a un solo palestino asentamientos que, posteriormente, fueron evacuados en 2005) y la zona de Jericó de la Margen Occidental. El 1 de julio, el presidente de la OLP, Yasser Arafat, hizo su entrada triunfal en Gaza, y poco después una Autoridad Palestina fue establecida bajo su dirección que asumió el control de este territorio.

El 28 de septiembre de 1995, a pesar del fracaso abismal de la Autoridad Palestina para poner freno a las actividades terroristas en los territorios bajo su control, las dos partes firmaron un acuerdo provisional suplementario, por las cuales las fuerzas israelíes, tras un año, habían sido retiradas de las áreas pobladas por los palestinos en Judea y Samaria con la excepción de Hebrón (donde la redistribución se completó a principios de 1997). El 20 de enero de 1996, se llevaron a cabo las elecciones para el Consejo Palestino, y poco después, tanto la Administración Civil Israelí como el gobierno militar se disolvieron.

“¿Qué ha pasado… en los territorios del estado palestino?”, se preguntó el ministro de Medio Ambiente, Yossi Sarid. “El estado palestino ya se ha establecido”, se respondió. Esta eufórica afirmación fue profética. Si bien el alcance geográfico de las retiradas israelíes fueron relativamente limitadas (la tierra cedida ascendió a un 30 por ciento del territorio total de la Margen Occidental), su impacto sobre la población palestina fue poco menos que revolucionaria.

De un solo golpe, Israel abandonó el control sobre prácticamente la totalidad de 1.4 millones de habitantes de Cisjordania. Desde ese momento, casi el 60% de ellos han vivido enteramente bajo la jurisdicción palestina (Zona A). Otro 40% vive en ciudades, pueblos, campos de refugiados y aldeas donde la Autoridad Palestina ejerce su autoridad civil, pero, en línea con los acuerdos de Oslo, Israel ha mantenido “la responsabilidad primordial por la seguridad de la región” (Zona B). Un 2% de la población de Cisjordania – decenas de miles de palestinos – siguen viviendo en zonas en las que Israel tiene el control completo, pero incluso allí la Autoridad Palestina mantiene su “competencia funcional” (Zona C).

En resumen, desde principios de 1996, y desde luego después de la finalización de la redistribución de Hebrón, en enero de 1997, el 99% de la población palestina de Cisjordania y la Franja de Gaza no han vivido bajo ocupación israelí. A medida que aumentaba la postura anti-Israel y anti-judía en los medios de comunicación, el sistema escolar y la incitación religiosa palestina se desarrollaba… durante estos años… sin la presencia de una ocupación extranjera la cual ha sido prácticamente inexistente.

Esto a su vez significa que la presentación del terrorismo como una respuesta natural a la llamada ocupación no sólo es completamente infundada, sino que es lo inverso a la verdad.

En los dos años y medio desde la firma de la Declaración de Principios hasta la caída del gobierno del Laborismo en mayo de 1996, 210 israelíes fueron asesinados – casi tres veces la cifra media de muertes en comparación a los 26 años anteriores, cuando sólo una pequeña fracción de las muertes habían sido provocadas por terroristas de la Margen Occidental o Gaza debido a las medidas de contrainsurgencia eficaces adoptadas por Israel, gracias al bajo nivel de conciencia nacional entre los palestinos y debido a la gran mejora en el nivel de vida de los palestinos bajo control de Israel.

Por otra parte, casi dos tercios de las víctimas de los atentados 1994-96 fueron asesinadas en territorio israelí dentro de la “Línea Verde” – casi 10 veces más que la cifra media de mortalidad en Israel en los seis violentados años anteriores, durante el levantamiento palestino (Primera Intifada).

En septiembre de 1996 otro umbral en la escalada fue cruzado cuando Arafat volvió a la violencia directa, aprovechando la apertura de una nueva salida de un túnel arqueológico bajo el Muro de los Lamentos, el sitio más sagrado para el judaísmo, desatando disturbios generalizados, en donde murieron 17 israelíes y otros 80 palestinos. Y… mientras que en la Autoridad Palestina se olvidó rápidamente el problema del túnel dentro de su programa propagándistico una vez que este dejó de ser útil, Arafat repitió este precedente en varias ocasiones, sobre todo durante el lanzamiento de la guerra terrorista comenzada en septiembre de 2000 (eufemizada como la “Intifada de Al-Aksa” por la mezquita de Jerusalén) – poco tiempo después de haber recibido una oferta para oficializar un Estado palestino de boca del primer ministro, Ehud Barak.

En el momento de la muerte de Arafat, cuatro años más tarde, su guerra – el enfrentamiento más sangriento y destructivo entre israelíes y palestinos desde 1948 – se había cobrado 1.028 vidas israelíes en unos 5.760 ataques: nueve veces la cifra media de muertes de la era pre-Oslo. De éstos, alrededor de 450 personas (o sea, el 44% de las víctimas) murieron en ataques suicidas – una táctica prácticamente desconocida en el contexto palestino-israelí antes de Oslo. En conjunto, más de 1.600 israelíes fueron asesinados y otros 9.000 sufrieron heridas desde la firma de la Declaración de Principios (Oslo A), casi tres veces la cifra media de muertes durante los 26 años precedentes.

Y esto sin mencionar la entidad terrorista establecida en la Franja de Gaza, cuyo claro y evidente peligro para la gran mayoría de la población de Israel puede ser contenida mediante campañas militares reiteradas aunque no puede ser erradicada por completo.

Si la ocupación fue la causa del terrorismo, ¿por qué es el terrorismo es escaso durante los años de ocupación efectiva? ¿Por qué se incrementa significativamente con la perspectiva del fin de la ocupación, y por qué deriva en una guerra abierta cuando Israel efectúa más concesiones que nunca? Por el contrario, se podría argumentar con mucha más credibilidad que la ausencia de ocupación – es decir, la retirada israelí de una vigilancia estrecha – es precisamente lo que facilitó la puesta en marcha de la guerra terrorista desde el principio; como lo vimos tras la restauración parcial de las medidas de seguridad en Cisjordania durante la Operación Escudo Defensivo de 2002 y sus secuelas (aunque sin reasumir el control sobre la vida cotidiana de la población palestina allí) que puso punto final a la guerra contra el terrorismo palestino.

No es la “ocupación” lo que subyace en la falta de “un horizonte de esperanza”, sino que es el rechazo palestino al derecho de los judíos a poseer un Estado, tal como se expresa el establecimiento del Mandato Británico de la Liga de las Naciones de 1922 y en la Resolución de la Partición de la ONU de 1947. En tanto que tal disposición a rechazar la presencia de Israel sea tolerada, y mucho más animada, la idea de una paz palestina-israelí seguirá siendo una quimera.

El autor es profesor emérito de Oriente Medio y estudios mediterráneos en el Kings College de Londres, e investigador asociado en el Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos de la Universidad Bar-Ilan.

 

Fuente: Hatzad Hasheni

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