Judíos en Temuco, cien años en comunidad

Chile, Vida Comunitaria

El mito cuenta que Alberto Levy es el primer judío en instalarse en Temuco. Se dice que sale de su natal Monastir (Macedonia) con la intención de librarse del servicio militar. Los tiempos que corren no son los mejores para él. La inestabilidad política y social reinan en casa y las Guerras Balcánicas que están por estallar. En ese minuto una aventura es igual a una oportunidad.

Un viaje en barco lo trae hasta las costas de América. Es 1900. Después de una estancia en Buenos Aires, Santiago se convierte en su primera dirección.

Como muchos, viene prácticamente con lo puesto, aunque premunido de la riqueza de su cultura y, para suerte suya, un oficio para ofrecer. Ese mismo año, en los albores del siglo XX, un anuncio, una oferta de trabajo lo trae directo a un pequeño y pujante Temuco.

La Tienda Surtida de Ignacio Lataste de la Avenida Vicuña Mackenna necesita un buen sastre para levantar su especialidad: «artículos para señores y caballeros». Levy da en el clavo
y responde al desafío.

Su buen oficio con las telas lo lleva a contar con la «satisfacción de sus jefes», como explica la reseña escrita por Moisés Hasson Camhi, y pronto le permite alcanzar su independencia económica.

Temuco es tima fértil para emprender, así que la prosperidad alcanzada por Levy atrae a familiares directos, a vecinos, a amigos y también a quienes oyen de estas tierras al otro lado de la cordillera.

Siete años después de la llegada del joven sastre, 14 judíos figuran en el censo poblacional en La Araucanía y ya para el 5 de agosto de 1916, con 35 grupos familiares integrados a la ciudad, nace la comunidad judía de Temuco bajo el nombre de «Centro Macedonia», uno de los cuatro pilares de la cultura sefaradí en Chile, que el próximo 25 y 26 de agosto celebrará sus primeros 100 años de historia en estas latitudes.

LOS ALBORES
Bajo el nombre de Comunidad Israelita de Temuco, la actual directiva, conformada por Javier Weissbrot (presidente), Ari Gejman (vicepresidente) y Alejandra Rivas Cohen (secretaria), entre otros, junto al cónsul de Israel, Mario Hassón Russo, confirman con especial orgullo los festejos de este
particular hito, un centenario del cual pueden hablar sin temor a equivocarse gracias a la conservación del acta fundacional de su organización que forma parte de su patrimonio.

Con una historia colectiva, en algunos casos enriquecida por relatos familiares de hasta cinco generaciones, el surgimiento de la comunidad israelita local comienza a gestarse mucho antes de ese 5 de agosto de 1916.

Judíos sefaradíes provenientes de países como España, Turquía y Grecia, y judíos ashkenazís venidos de países de Europa oriental como Rusia (hoy Ucrania), moldean un relato que los inserta poco a poco en el progreso y desarrollo de una ciudad que está recién emprendiendo vuelo.

La industria de la mueblería y el comercio, particularmente la sastrería, aglutinan a las primeras familias que solidarizan entre sí para encontrar el bienestar económico al sur del mundo, dos áreas de empuje en las que acceden no sin hacer un esfuerzo previo.

Para obtener el capital necesario muchos ofician primero como vendedores ambulantes. Van de localidad en localidad para hacerse de clientela con sus productos y en ese empeño establecen tratos comerciales y trueques también con las comunidades mapuches del Wallmapu.

«(Tal como lo hicieron también otros inmigrantes) A los fundadores de esta comunidad les tocó infundir vida a esta ciudad y aportar al progreso y desarrollo de la misma. En aquella época llegaron profesionales médicos que supieron ejercer la disciplina de una forma muy social, hubo arquitectos, constructores, comerciantes e industriales como ocurre hasta hoy. De hecho, en la industria local existe un legado ancestral vigente», comenta el cónsul Mario Hassón en clara referencia a una herencia representada hoy por los hermanos Rosemberg (Rosen) y por otras familias, como Albala y Gejman, que aportan a la industria farmacéutica (Laboratorios Maver) y a una tradición comercial de 82 años, respectivamente.

La calle Portales se transforma en el principal enclave árabe y judío en los albores del siglo XX. Es la calle de «los turcos» como se les llama popularmente entonces a estos primeros comerciales extranjeros.

Allí se aglutinan por procedencia, idioma y costumbres, y ahí -de hecho- emprende su negocio el desaparecido Pedro Gejman, comenta Dona Benadof, miembro del centro temuquense y quien destaca como la primera mujer en integrar un directorio de la comunidad israelita en Chile. A este dato, Eduardo Alvo, otro integrante de la comunidad, aporta que son sastrerías, zapaterías, tiendas de tela, multitiendas y la primera compraventa de automóviles (instalada por Nissin Alvo, su abuelo), las que emergen en esta y otras calles del centro de la ciudad.

«No deja de llamar mi atención -acota el presidente de la comunidad, Javier Weissbrot -un antecedente que desconocía hasta hace poco y que da cuenta de que el Fuerte Tucapel se transforma en el primer refugio para los judíos que llegan a Temuco con lo puesto, donde se les presta ayuda y comida».

HERENCIA
alvoA la fundación del Centro Macedonia (1916), conformado en gran parte por familias provenientes de Monastir y judíos sefaradíes, sigue la conformación del Círculo Social israelita (1918) por judíos ashkenazís; el Centro Sionista (1919) y la Sociedad Hessed Veemet (1918), que derivan en la Comunidad Israelita de Temuco hacia el año 1929.

Producto de la organización y el trabajo comunitario, parte de la herencia que hoy puede exhibir y compartir la familia israelita de Temuco fuera de sus ritos y tradiciones – está radicada en dos grandes piezas patrimoniales, su sinagoga y su torá.

«Nuestra sinagoga («casa de hablar») data de 1926 y es la única construcción que logra sobrevivir a un incendio ocurrido en 1938. Es la más antigua de Chile y viene a ser la segunda sinagoga de Sudamérica por antigüedad si se considera la de Curazao», comenta la secretaria de la comunidad, Alejandra Rivas Cohen, un alero que en el contexto de estos 100 años recibirá un nombre: «Hatikva», que significa «esperanza».

El gran libro o torá de la Comunidad Israelita de Temuco es sin duda otra pertenencia especial. «Tenemos acá la torá más antigua de Chile y no todas las comunidades tienen una. Son cuatro rollos que tuvieron que traerse por mano, abrazadas al cuerpo, porque no es como mover cualquier objeto. Estos rollos se trajeron desde la ex Yugoslavia por barco. Son pesadísimos, están escritos en cuero, a mano, en arameo o hebreo antiguo, tal como lo dicta la tradición hace 3 mil años», comentan los directivos.

Fuera de lo material, otra herencia pasada de generación en generación es que «todo lo que estudiamos, vemos o rezamos -acota Alejandra Rivas- tiene siempre tres explicaciones: una histórica, una filosófica y una que tiene que relación directa con Dios».

CIEN
111Para conmemorar estos 100 años en Temuco, comenta el presidente de la organización, habrá al menos dos actividades abiertas a la comunidad. Una será el concierto de la cantante Ester Cohen y el músico Sergio Polansky, el jueves (25) a las 20 horas, en el Teatro Municipal de Temuco, y el lanzamiento del libro «Desde Macedonia, Turquía y Europa: Judíos en La Araucanía, una historia en imágenes» (RIL Editores) de Jacob Cohen Ventura, el viernes (26) a las 12 horas, en el salón de la Intendencia.

Alcanzar un centenario es un hito que no muchas instituciones cuentan hoy en Temuco, para esta comunidad en cuestión es literalmente una fortuna y un orgullo, más cuando está inserta en una ciudad que apenas tiene 135 años y por ende la ha acompañado prácticamente desde su génesis.

«Nuestra filosofía a lo largo de estos cien años ha sido consumir puentes y queremos seguir contribuyendo de esta manera a nuestra sociedad», comenta Javier Weissbrot, a lo que Alejandra Rivas agrega, «junto con ser un orgullo contribuir a la historia local, para nosotros también es un orgullo formar parte de una comunidad israelita que hace 30 años se piensa que va a desaparecer porque se ha vuelto más pequeña, sin embargo, por algo elegimos ponerle el nombre de Esperanza a nuestra sinagoga, porque nuestro mayor logro ha sido mantener viva el alma judía en un lugar donde somos muy poquitos. Ese ha sido nuestro mayor desafio y seguirá siendo nuestro reto en adelante».

 

Fuente: El Austral 

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