Ayer los judíos, hoy los haitianos

ANÁLISIS / OPINIÓN, Chile

Por Marcelo Carvallo

Chile es un país de mestizajes, nadie puede negarlo. Nuestra Nación se ha ido conformando por las más diversas mezclas de quienes un día llegamos a habitarlo, y así como antes fuimos judíos huyendo de la persecución y la muerte, hoy familias haitianas buscan nuevos espacios de convivencia.

Todos nosotros, desde los españoles de la conquista hasta los colombianos de hoy, hemos ido llenado este mundo con los aromas, palabras e historias que nos siguen definiendo. Y así como los croatas de Magallanes nos permitieron que Milán Ivelic aportara al desarrollo de las artes, como director del principal Museo Nacional, italiana fue la cuna de la que nació el reciente Premio Nacional de Música, Vicente Bianchi. Los alemanes de Puerto Varas y Valdivia, nos donaron a la gran Marlene Ahrens. Los migrantes Sirios y Palestinos de Temuco y La Calera, nos han permitido conocer la pluma de Diamela Eltit y el histrionismo de Nelly Meruane. De los argentinos y peruanos, hemos podido apreciar los más diversos aportes en cultura, gastronomía y desarrollo económico, como el recordado Marcelo Bielsa o el Chef Barandarián.

Como judíos somos parte también de esta mixtura. Nuestros ancestros llegaron desde la temprana conquista y lo continuaron haciendo hasta el intento desesperado de sobrevivir al Holocausto. Mario Waissbluth, Shlomit Baytelman, la periodista Patricia Politzer y Clarisa Hardy, junto al reconocido Leonardo Farkas, son herederos de quienes se sumaron a los que huyeron muchas veces apenas con lo puesto desde Francia, Haití, Colombia, Turquía, Austria y Bolivia. Acá desarrollamos nuestras vidas en los más diversos ámbitos: comerciantes, trabajadores manuales, intelectuales, obreros, cargadores, académicos, al mismo tiempo que nos hemos encontrado con la genialidad poética de Elicura Chihuailaf, la fuerza de las machis y el aporte casi anónimo de Juanita Cheuquepán, educadora intercultural de la comuna de La Pintana,

Así nuestra realidad ha ido cambiando. Desde los 83 mil migrantes contabilizados en 1982, pasamos a casi 411 mil estimados en el 2014. Pero estas cifras presentan niveles de migración muy inferiores a las realidades mundiales. Mientras acá apenas superamos el 2% del total de habitantes, en Australia, Nueva Zelanda y Canadá, la población extranjera alcanza el 27%, 28% y 20%, respectivamente. Los resultados son evidentes. El aporte en la producción, innovación y desarrollo cultural que realiza el migrante, queda más que demostrado en estos casos. Según cita el profesor de Harvard Ricardo Hasumann, en Chile es cuatro veces más probable que inmigrantes sean más emprendedores de lo que son aquellos nacidos en el país.

Por su parte, apreciamos la obsolescencia de una política y legislación migratorias, centradas en el control e identificación del migrante más que en acciones  fundadas en el respeto a los Derechos Humanos, la inclusión e integración nacional, como se ha señalado en los ejes estratégicos de una pronta Nueva Política Migratoria.Mientras tanto, presentamos una compleja discriminación cultural contra inmigrantes, culpándoseles del aumento de la delincuencia y de un mercado laboral copado. Los datos de migración demuestran que su peso relativo no alcanza a alterar significativamente cifras de empleo ni explican aumentos de delitos. Basta mencionar que, por ejemplo, del total de inmigrantes contabilizados, solo el 6,9% se radica en Antofagasta, lo que supone un total de 28 mil migrantes  para los 390.800 habitantes que presenta esa nortina Región, insuficiente para dar cuenta de las crisis laborales que se anunciaban en recientes movilizaciones nortinas.

Finalmente, se requiere un debate público, abierto y democrático que nos permita comprender las realidades de quienes hoy ingresan a nuestro territorio, en un afán de proyección que puede tener innegables beneficios para nuestra realidad, tantos años marcada por la insularidad. Para avanzar en la consolidación de esta nueva política, se debiesen considerar instrumentos censarios actualizados y pertinentes, junto a mecanismos que protejan las condiciones laborales de las y los trabajadores migrantes y los derechos sociales de todos quienes habitamos nuestro país, incluidos los accesos a la salud y educación.

De ser así, muy probablemente en pocos años más, estaremos celebrando el aporte haitiano a la cultura, la producción y el deporte nacional y, como chilenos y judíos, seguiremos estando orgullosos de un país que se nutre de la diversidad.

 

Fuente: El Mostrador

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