110 años de vida judía organizada en el país: Julio Barrenechea y los judíos

110 años CJCH, Chile

Por Marcos Levy

Fue un amigo incondicional del pueblo judío en los momentos más difíciles para los judíos. Se transformó en uno de los enemigos más acérrimos del fascismo y del nazismo, y desde la Cámara de Diputados en 1937 denunció el antisemitismo dentro del Ministerio de Relaciones Exteriores (encargado de la inmigración a Chile) y sobre la penetración nazi en el sur de Chile.

Nuestro personaje es Julio Barrenechea Pino, Premio Nacional de Literatura en 1960, escritor de importantes obras entre las que destaca “Israel un árbol por cada muerto”, publicada por la Editorial Losada de Buenos Aires en 1962 en la que vierte, a través de 124 páginas, sus impresiones sobre el pueblo judío y también sobre el Holocausto: “…seis millones de muertos, si, seis millones de chilenos muertos, más. Sólo así pensados, para entender , para medir lo que fue aquello. Seis millones de judíos muertos de verdad. Todo un país de muertos. Seis millones de judíos monstruosamente asesinados. No eran sombras , no siempre fueron muertos. Eran vivos , tenían un nombre, un rostro. Reconozcámolos…los muertos no son nadie …los muertos tienen cara”.

Para Julio Barrenechea “una fuerza misteriosa, tal vez el destino, me ha vinculado en las distintas etapas de mi vida con las personas y los hechos del judío” preocupándose de los judíos en cuanto a lo que son frente al mundo y en lo que el mundo es frente a ellos. Dice que “jamás me podría imaginar de que existía la posibilidad terrena de encontrarme con un judío por la calle. A estos seres extraños, los ubicaba en un mundo incompatible y mucho menos podía concebir que a estos les gustaban los dulces y jugaran y se cayeran como todos los niños”. Describe su cercanía vecinal con los judíos, contando que “en la misma cuadra de mi casa y en el mismo kinderganten, frente a las trenzas de oro de la Srta. Ofelia, estaba Miguel, Miguelito“ pero “también estaban Jacobo, Simón y Sara, pero Miguelito era mi vecino”.

Gran observador de la vida judía, Barrenechea nos introduce en la casa de Miguel “donde había algo distinto que en la mía que no sabía definir. Los pisos estaban más encerados, la gente hablaba más fuerte. Solían dar la impresión que se peleaban….Cada cierto tiempo, llegaban unas encomiendas encargadas a Europa a cuya apertura yo asistía con una mezcla de envidia y curiosidad”. Pero había más observación: “…También había en el patio de la casa de mi compañero unos grandes barriles llenos de pepinos escabechados con agua de sal y ajos que don Víctor, el padre, se sentaba a comer solo, con grandes trozos de salchichón a manera de aperitivo , antes de que las demás personas pasaran a la mesa”. También describe a su amigo Miguel como un buen comerciante: “… hacía pequeños negocios. compraba un lápiz, los partía en varios pedazos y vendía los trozos ganándose una diferencia”. Compraba películas de cine por metros y vendía los cuadritos a sus compañeros”.

Dos capítulos del libros los dedica a su esposa judía – Jaia – quien “siempre caminaba a mi lado con cierto sobresalto. Iba siendo descubierta cada día. Me advertía, estos son de la colonia. Yo al fin y al cabo soy un goi…”. La madre de Jaia, Sonia, “que parecía una rosa“, dice Barrenechea, “me trataba con encantadora amabilidad , pero yo sabía que lloraba largamente a solas , pensando que dos hijas no se iban a casar con judíos…Por supuesto y con toda razón, no veía en mi el clásico ideal de marido que representaba la sólida seguridad futura de su hija”.

«Israel un árbol por cada muerto» es más de lo que se describe.

 

Fuente: La Palabra Israelita

Suscríbete a nuestroNEWSLETTER

Ingresando tus datos aquí, y recibirás noticias y novedades de CJCH en tu mail.