Lecturas judías en el Metro: El joven Chagall viaja en Metro y los judíos no lo saben

Chile

Luego del encendido de la janukia en una kehilá escuché una conversación de amigos que se lamentaban sobre la dificultad de instalar temas judíos en la sociedad chilena. Muy a mi pesar -no tenía intensión de polemizar- tuve que opinar que erraban.

Se equivocaban pues ¿Sabe usted cual es el lugar preferido de los santiaguinos para leer? Le sorprenderá saber que el Metro. La red subterránea ocupa el segundo lugar de las preferencias después del dormitorio, de acuerdo a una encuesta del Observatorio del Libro y la Lectura de la Cámara Chilena del Libro y la Universidad de Chile de 2013.

Por las Líneas del Metro, cada día, miles; léalo bien, miles de lectores, hacen de los libros una rutina placentera en su trayecto. Buena parte de esos libros proviene de la red Bibliometro, que con 200 mil socios inscritos y con casi 20 años de operación se ha convertido en una de las bibliotecas públicas más grandes del país, prestando hasta cinco libros de forma simultánea y sumando miles de nuevos inscritos cada año.

Por estos meses uno de los éxitos juveniles es Chagall en Rusia (2011), una novela gráfica del artista francés Joann Sfar (Niza, 1971), un prodigio del comic francés, quien luego de una pausa creativa volvió con una obra maestra, las aventuras del joven Chagall en Rusia, un clásico instantáneo del Noveno arte que sitúa todos los leiv motiv del pintor en clave de viñeta. Lo de Sfar es delicioso, pura Ostalgie donde cada escena rinde homenaje a la cultura judía y que, por un lado, explica el origen de la superlativa creatividad de Chagall; y por el otro, expone aquel realismo mágico ashkenazí; donde al menos, al lector judío, un par de escenas le resonarán como shorashím animado, como bubbameister (cuento de abuela) que se atesora y transmite en la intimidad de un Séder o reunión de familia en Januca.

Usando la técnica de la fábula, Sfar impresiona a jóvenes y adultos pues hace avanzar la historia dibujando cada viñeta como si fuese el marco del mundo tal cual lo ve el joven Chagall enamorado de la hija del rabino. Todos los sueños, ideas, obsesiones del pintor se unen en clave de comic dando paso a una historia tan onírica como factual; o viceversa. El resultado es una puesta en escena superrealista del mundo judío no solo de principios del XX sino del actual; pues ninguno de los tzúres del joven Chagall nos es ajeno hoy.

En la Línea 4 viaja Josefina Almarza (44, contadora), le pregunto por el ejemplar de Chagall en Rusia que lee. “Lo pidió mi hijo, y yo lo renové. Es una historia sorprendente, nunca estoy segura si lo que estoy leyendo es verdad o imaginación de Chagall o del autor del comic. Mi hijo alucinó y ha pasado horas googleando sobre Chagall y la vida judía en Rusia. Yo confieso mi temor a que la historia (le quedan algunas páginas) no termine bien”.

Unas semanas antes, en la Línea 1, he hecho la misma pregunta a Natalia Noe (28, ejecutiva de banco) al verla retirar en un kiosko Bibliometro El diario de Ana Frank.

“En el colegio mi hija leyó este Diario y me preguntó muchas cosas tipo, ‘¿Por qué los alemanes eran así con los judíos?’ o ‘¿Por qué tenían que esconderse si eran niños?’. Lo llevó en préstamo para conversarlo con ella. Me llamó la atención y quiero saber que tan bueno es para una niña. Mi hija está impresionada, creía que era una novela, cuando supo que era real, me pidió que yo también lo leyera”.

A la hora de preguntarnos ¿Por qué los judíos chilenos parecemos incapaces de llevar nuestra voz a nuestros conciudadanos? quizás debamos inquirir antes, ¿qué es lo que valoran ellos?

Bajo la superficie de la ciudad uno de los libros juveniles más populares es pura iconografía judía:

klezmorim, yiddish teatre, prostitutas disfrazadas de ángeles, cosacos, shoijets, jabadniks, tamim, ensoñaciones por Argentina, rabinos, revolucionarios, sionistas, luftmensch y por supuesto, cabras voladoras.

Que los judíos no sepamos de este libro, no es problema de los lectores; el problema es, parafraseando a Paloma Baytelman, que hemos perdido la capacidad de ‘tener los ojos en la calle’.

 

Por Jorge Zeballos Stepankowsky, La Palabra Israelita

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