Cómo un periodista estadounidense pro-palestino cambió su perspectiva de Israel y el conflicto

COMUNIDAD, Especiales

Hunter Stuart

Un año de trabajo como periodista en Israel y en los territorios palestinos hizo que Hunter Stuart cambiara su perspectiva del conflicto.

En el verano de 2015, apenas tres días después de que me trasladé a Israel por un año y medio para una serie de reportajes en la región, escribí mi visión sobre el conflicto israelí-palestino. Un amigo mío en Nueva York había mencionado que sería interesante ver si cambiaría de opinión después de vivir en Israel. Mi amigo probablemente sospechaba que las cosas se verían de otra manera desde el frente, por así decirlo.

Y tenía razón.

Antes de mudarme a Jerusalem, era muy pro-palestino. Casi todo el que conocía lo era. Crecí como protestante en una ciudad pintoresca y políticamente correcta de Nueva Inglaterra; casi todo el mundo a mi alrededor era liberal. Y ser liberal en Estados Unidos significa apoyar el pluralismo, la tolerancia y la diversidad, los derechos de los homosexuales, el aborto y el control de armas.

La creencia de que Israel está acosando injustamente a los palestinos es una parte de esa perspectiva. La mayoría de los progresistas en Estados Unidos ven a Israel como un agresor, que oprime a los pobres y nobles árabes, negando brutalmente su libertad.

“Creo que Israel debe renunciar al control de toda la Franja de Gaza y la mayor parte de Cisjordania”, escribí el 11 de julio de 2015, desde un parque cerca de mi nuevo departamento en el barrio de Baka de Jerusalem. “La ocupación es un acto de colonialismo que sólo crea sufrimiento, frustración y desesperación para millones de palestinos”.

Quizás previsiblemente, este punto de vista no encajaba entre las personas que conocí durante mis primeras semanas en Jerusalem, que, incluso para los estándares israelíes, es una ciudad conservadora. Mi esposa y yo nos habíamos trasladado al lado judío de la ciudad, más o menos por casualidad – el primer anfitrión de Airbnb que respondió a nuestro pedido de alquilar una habitación vivía en el barrio de Najlaot donde incluso los inconformistas son religiosos. Como resultado, comenzamos a relacionarnos con judíos israelíes muy solidarios con su país. Yo no compartí mis opiniones pro-palestinas, estaba demasiado asustado. Pero deben haber sentido mi antipatía (más tarde me di cuenta que los israelíes tiene una especie de sexto sentido en este tema).

Durante mis primeras semanas en Jerusalem, discutía constantemente sobre el conflicto con mis compañeros de cuarto y en entornos sociales. A diferencia de Nueva Inglaterra, Israel no tiene el privilegio de evitar cortésmente conversaciones políticas desagradables. Fuera de la burbuja de Tel Aviv, el conflicto es omnipresente; afecta en casi todos los aspectos de la vida. Evitarlo simplemente no es una opción.

En una de esas discusiones, uno de mis compañeros de cuarto – un hombre judío estadounidense de aproximadamente 30 años – parecía estar sugiriendo que todos los palestinos eran terroristas. Me enojé y le dije que era injusto llamar a todos ellos terroristas, que sólo una pequeña minoría apoyaba los atentados. Mi compañero de cuarto rápidamente sacó su computadora portátil, buscó los datos de una encuesta realizada en 2013 por el Centro de Investigaciones Pew y me mostró la pantalla. Vi que los investigadores de Pew habían hecho una encuesta a miles de personas en todo el mundo musulmán, preguntándoles si apoyaban los atentados suicidas contra civiles por “defender el Islam”. La encuesta reveló que el 62 por ciento de los palestinos cree que tales actos terroristas contra civiles están justificados bajo esas circunstancias. Y no sólo eso, los territorios palestinos son el único lugar en el mundo musulmán donde la mayoría de los ciudadanos apoyan el terrorismo; en todas partes se habla de una minoría – desde el Líbano y Egipto hasta Pakistán y Malasia.

No dejé que mi compañero de cuarto ganara la discusión a primera hora de la mañana. Pero no olvidé la estadística.

Menos de un mes después, en octubre de 2015, comenzó una ola de ataques terroristas palestinos contra judíos israelíes. Casi todos los días, un joven palestino musulmán enojado apuñalaba o atropellaba a alguien intensionalmente. Una gran parte de la violencia estaba sucediendo en Jerusalem, algunos de los ataques ocurrieron a pocos pasos de donde vivíamos, trabajábamos y comprábamos comestibles.

Al principio, debo reconocer, no sentía mucha simpatía por los israelíes. En realidad, sentía hostilidad. Sentía que eran la causa de la violencia. Quería sacudirlos y decirles: “¡Salgan de Cisjordania, levanten el bloqueo de Gaza, y los palestinos dejarán de matarlos!” Me parecía tan obvio; ¿cómo no se daban cuenta de que toda esta violencia era una reacción natural, aunque desagradable, a las acciones de su gobierno?

Sólo hasta que la violencia se convirtió en algo personal empecé a ver el lado israelí más claramente. A medida que la “Intifada de cuchillos” (como se nombró más tarde) cobraba fuerza, viajé a la empobrecida vecindad de Silwan en Jerusalem Oriental por una historia que estaba escribiendo.

Tan pronto como llegué, un niño palestino que tenía quizás 13 años me señaló y gritó “¡Yehud!”, que significa “judío” en árabe. Inmediatamente después, un grupo grande de sus amigos corrió hacia mí con un brillo aterrador en sus ojos. “¡Yehud! ¡Yehud!” gritaron. Sentí que mi corazón latía con fuerza. Les grité en árabe: “¡Ana mish yehud! ¡Ana mish yehud! “(“¡No soy judío, no soy judío! “), una y otra vez. Les dije, también en árabe, que yo era un periodista estadounidense que “amaba a Palestina”. Se calmaron después de eso, pero la mirada en sus ojos cuando me vieron por primera vez es algo que nunca olvidaré. Más tarde, en una fiesta en Ammán, conocí a un palestino que había crecido en Silwan. “Si fueras judío, probablemente te hubiesen matado,” dijo.

Ese día logré salir de Silwan sano y salvo; otros no tuvieron tanta suerte. En Jerusalem, y por todo Israel, continuaban los ataques contra judíos israelíes. Mi actitud comenzaba a cambiar, probablemente porque por primera vez, la violencia me afectó directamente.

Me preocupaba que mi esposa fuese apuñalada en su camino a casa del trabajo. Cada vez que mi teléfono se iluminaba con noticias de otro ataque, si no estaba en la misma habitación que ella, inmediatamente le enviaba un mensaje para asegurarme que estaba bien.

Entonces un amigo mío -un judío israelí que nos había invitado a cenar a su casa en el barrio Talpiot de la capital- nos dijo que su amigo había sido asesinado por dos palestinos el mes anterior en un autobús de la ciudad no muy lejos de su casa. Conocía bien la historia, no sólo por las noticias, sino porque había entrevistado a la familia de uno de los chicos palestinos que habían llevado a cabo el ataque. En la entrevista, su familia me contó que su hijo era un joven emprendedor que fue empujado al límite por las humillaciones diarias de la ocupación. Terminé escribiendo una historia muy positiva sobre el asesino para un sitio de noticias jordano llamado Al Bawaba News.

Escribiendo sobre el ataque con el ojo analítico de un periodista, pude adoptar la perspectiva de lo que querían de mi – que Israel era el culpable de la violencia palestina. Pero cuando me enteré de que el amigo de mi amigo era una de las víctimas, cambié de opinión. Me sentí tremendamente mal por haber glorificado públicamente a uno de los asesinos. El hombre que había sido asesinado, Richard Lakin, era originario de Nueva Inglaterra, como yo, y había enseñado inglés a niños israelíes y palestinos en una escuela de Jerusalem. Él creía en hacer la paz con los palestinos y “nunca dejó de ir a una manifestación por la paz,” según su hijo.

En cambio, sus asesinos – que provenían de un barrio de clase media en Jerusalem Oriental y bastante bien acomodados en comparación la mayoría de los palestinos- habían recibido 20,000 shekels para atacar el autobús esa mañana con sus armas cobardes. Más de un año después, todavía se pueden ver sus rostros plasmados en carteles de Jerusalem Oriental aclamándolos como mártires. (Uno de los atacantes, Baha Aliyan, de 22 años, murió en la escena y el segundo, Bilal Ranem, de 23 años, fue capturado con vida).

El sentirme personalmente afectado por el conflicto me hizo cuestionar lo compasivo que había sido con la violencia palestina. Sin embargo, los liberales, los grupos de derechos humanos y la mayoría de los medios de comunicación continuaban culpando a Israel. Ban Ki-moon, por ejemplo, que en ese momento era jefe de las Naciones Unidas, dijo en enero de 2016 – mientras las calles de mi vecindario estaban manchadas con la sangre de civiles israelíes inocentes – que era “natural reaccionar ante la ocupación”. De hecho, no hay justificación para matar a alguien, independientemente de la situación política, la declaración de Ban me molestó.

Del mismo modo, la manera en que las organizaciones internacionales, los líderes europeos y otros criticaron a Israel por su política de “disparar a matar” durante esta ola de ataques terroristas empezaron a molestarme cada vez más.

En casi cualquier país, cuando la policía enfrenta a un terrorista en el acto de matar a la gente, le disparan a muerte y los grupos de derechos humanos no dicen ni una palabra. Esto ocurre en Egipto, Arabia Saudita y Bangladesh; sucede en Alemania, Inglaterra, Francia y España, y por supuesto que en Estados Unidos (San Bernardino, la matanza en la discoteca de Orlando, el atentado en el Maratón de Boston y otros). ¿Acaso Amnistía Internacional condenó a Barack Obama, Abdel Fattah al-Sissi, Angela Merkel o François Hollande cuando sus fuerzas policiales mataron a un terrorista? No. Pero ellos insisten en condenar a Israel.

Lo que es más, comencé a notar que los medios se concentran en destacar las deficiencias morales de Israel, a pesar de que otros países actúan de manera infinitamente más abominable. Si Israel amenaza con trasladar carpas agrícolas palestinas, como lo hicieron en la aldea de Sussiya en Cisjordania en el verano de 2015, por ejemplo, los titulares internacionales duran semanas. La indignación de los liberales era interminable. Sin embargo, cuando el presidente de Egipto utilizó excavadoras y dinamita para demoler un barrio entero en la Península del Sinaí en nombre de la seguridad nacional, la gente apenas se dio cuenta.

¿De dónde vienen estos dobles estándares?

He llegado a creer que es porque el conflicto israelí-palestino atrae a los progresistas en Europa, Estados Unidos y otros lugares. Israel es visto como un pueblo blanco de primer mundo golpeando a un pobre, del tercer mundo. Es más fácil para ellos sentirse indignados viendo que dos civilizaciones radicalmente diferentes chocan que ver a musulmanes alauíes matar a musulmanes sunitas en Siria, por ejemplo, porque para un observador occidental la diferencia entre alauitas y sunitas es demasiado sutil para encajar en una narrativa convincente que puede resumirse fácilmente en Facebook.

Desafortunadamente, los videos en las redes sociales que muestran que los soldados judíos financiados por Estados Unidos disparan gases lacrimógenos a musulmanes árabes enloquecidos son entretenimiento de Hollywood y encajan perfectamente con la narrativa liberal de que los musulmanes están oprimidos y el judío israelí es el hostigador.

Admiro el deseo liberal de apoyar al oprimido. Ellos quieren estar en el lado derecho de la historia, y sus intenciones son buenas. El problema es que frecuentemente sus creencias no se ajustan a la realidad.

De hecho, las cosas son mucho más complejas que una noticia de cinco minutos en la noche o un post de dos párrafos en Facebook. Como me dijo recientemente un amigo, “el conflicto israelí-palestino no se ha podido solucionar porque ambas partes tienen un la razón”.

Desafortunadamente, no hay suficientes personas que lo ven de esa manera. Recientemente me encontré con un viejo amigo de la universidad que me dijo que una persona que ambos conocíamos cuando éramos estudiantes había estado activo en las protestas palestinas por un tiempo después de graduarse. El hecho de que un chico inteligente y bien educado de Vermont, que fue a una de las mejores escuelas de artes liberales en Estados Unidos, haya viajado miles de kilómetros para lanzar ladrillos a soldados israelíes es muy revelador.

Hay un viejo refrán que dice: “Si quieres hacer que alguien cambie de opinión, primero conviértelo en tu amigo”. Mis amigos en Israel me hicieron cambiar de opinión sobre el país y sobre la necesidad de una patria judía. Pero también viajé mucho por los territorios palestinos conociendo a la población. Estuve casi seis semanas en Nablus, Ramala, Hebrón, e incluso la Franja de Gaza. Conocí a gente increíble en estos lugares; vi generosidad y hospitalidad más que en cualquier otro lugar. Algunos de ellos serán mis amigos por el resto de mi vida. Pero casi siempre, sus opiniones sobre el conflicto, Israel y el pueblo judío han sido sumamente decepcionantes.

En primer lugar, incluso los palestinos más bondadosos y educados de la clase alta rechazan todo Israel, no sólo la ocupación del Este de Jerusalem y Cisjordania. Simplemente no se conformarán con una solución de dos estados: lo que quieren es volver a sus hogares ancestrales en Ramle,Yafo, Haifa y otros lugares en el Israel de 1948, dentro de la Línea Verde. Y quieren que los israelíes que viven allí se vayan. Casi nunca hablan de coexistencia; hablan de expulsión, de recuperar “su” tierra.

Para mí, por muy moralmente complicada que haya sido la creación de Israel, y muchos palestinos inocentes hayan sido desplazados de sus hogares en 1948 y de nuevo en 1967, Israel es ahora un hecho aceptado por casi todos los gobiernos del mundo (incluyendo los del Medio Oriente). Pero el deseo continuo de los palestinos de borrar a Israel del mapa es contraproducente y arcaico, y el occidente debe tener mucho cuidado de no alentarlo.

Además, un gran porcentaje de los palestinos, incluso entre la clase alta educada, cree que la mayor parte del terrorismo islámico es realmente diseñado por los gobiernos occidentales para hacer que los musulmanes se vean mal. Sé que esto suena absurdo. Es una teoría de conspiración que tiende a ser cómica hasta que se escucha repetir una y otra vez como lo hice yo. Apenas puedo contar cuántos palestinos me dijeron que los apuñalamientos de 2015 y 2016 en Israel fueron falsos o que la CIA había creado al Estado Islámico.

Por ejemplo, tras el atentado de ISIS en noviembre de 2015 en París, que dejó 150 muertos, una periodista libanés-palestino de 27 años, colega mía, comentó casualmente que esas masacres fueron “probablemente” perpetradas por el Mossad. Aunque ella era una periodista como yo y debía comprometerse a buscar la verdad por muy desagradable que sea, no estaba dispuesta a reconocer que los musulmanes cometerían un ataque tan horrendo, y culpaba a espías israelíes desafiando todos los hechos.

Cuando viajo, generalmente trato de escuchar a la gente sin imponer mi propia opinión. Para mí eso viajar – mantener la boca cerrada y aprender de otros. Pero después de 3-4 semanas de viajar en los territorios palestinos, me cansé de estas teorías de conspiración.

“Los árabes deben asumir la responsabilidad de ciertas cosas,” finalmente grité a un amigo de Nablus la tercera o cuarta vez que intentó evadir la responsabilidad de los musulmanes por el terrorismo islámico. “No todo es culpa de Estados Unidos.” Mi amigo parecía sorprendido por mi vehemencia y dejó el tema – obviamente, me había saturado con esta tontería.

Conozco a muchos judíos israelíes que están dispuestos a compartir la tierra con palestinos musulmanes, pero por alguna razón es casi imposible encontrar a un palestino dispuesto a hacer lo mismo con un israelí. Muchos palestinos me han dicho que no tienen ningún problema con el pueblo judío, sólo con los sionistas. Parecen olvidar que los judíos han estado viviendo en Israel durante miles de años, junto con musulmanes, cristianos, drusos, ateos, agnósticos y otros, casi siempre, en armonía. En cambio, la gran mayoría cree que los judíos sólo llegaron a Israel en el siglo XX y, por lo tanto, no pertenecen a esta tierra.

No culpo a los palestinos por querer autonomía o por desear volver a sus hogares ancestrales. Es un deseo completamente natural; sé que sentiría lo mismo si algo similar le pasara a mi propia familia. Pero mientras las potencias occidentales, las organizaciones sin lucro y los progresistas en Estados Unidos y Europa no condenen los ataques palestinos contra Israel, el conflicto se profundizará y más sangre será derramada en ambos lados.

He vuelto a Estados Unidos. Ahora vivo en el lado norte de Chicago en un enclave liberal donde la mayoría de la gente – incluyendo a los judíos – tienden a apoyar un Estado palestino, que cada año está ganando fuerza en foros internacionales como la ONU .

Personalmente, ya no estoy convencido de que sea una buena idea. Si a los palestinos se les da su propio Estado en Cisjordania, ¿quién puede asegurar que no elegirían a Hamas, un grupo islámico comprometido con la destrucción de Israel? Eso es exactamente lo que sucedió en Gaza en las elecciones democráticas de 2006. Afortunadamente, Gaza está algo aislada, y su aislamiento geográfico – más el bloqueo impuesto por Israel y Egipto – limita el daño que el grupo puede hacer. Pero tenerlos en Cisjordania y la mitad de Jerusalem es algo que Israel obviamente no quiere. Sería un suicidio. Y no se puede esperar que ningún país acepte su propia destrucción.

Así que, ahora, no sé qué pensar. Estoy en el centro de uno de los temas más polarizados del mundo. Supongo que, al menos, puedo decir que, por muy socialmente inaceptable que sea, estoy dispuesto a cambiar de opinión.

Si sólo más gente haría lo mismo.

Fuente: The Jerusalem Post / Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico

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