Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto: Viaje a Auschwitz- Birkenau: un viaje sin retorno

Chile, COMUNIDAD

Llegué a Auschwitz- Birkenau en un día de primavera soleado, desde lejos sólo se visualizaban unas barracas iluminados por la luz natural y rodeadas de verde, a la distancia no había nada que indicara las atrocidades que ahí ocurrieron. Tal vez, es lo mismo que sintieron las millones de personas que fueron transportados en trenes hacinadas hacia ese lugar pensando que quizás lo peor ya había pasado, pero no, lo peor estaba por venir.

Esa sensación abstracta, “inocua”, que incluso comenté con mis compañeros de viaje, desapareció minutos después al entrar al “Museo de Auschwitz”: la primera parada del ex campo de concentración, un camino oscuro, sin retorno.

En el ahora llamado museo, instalado en ese lugar de exterminio en Cracovia, quedó todo o casi todo lo que llevaban con ellos quienes fueron asesinados ahí: documentos, zapatos, maletas, ropa, elementos religiosos, lentes, juguetes, dentadura y toneladas de pelos. Ese número casi infinito de cabello, zapatos de ancianos, hombres, mujeres y niños, son mudos testigos de las millones de historias, gritos y llantos que hasta hoy se escuchan a través de un silencio que resuena en lo más profundo de mi ser.

No existe explicación lógica y la realidad supera a la imaginación. Un sólo ejemplo: al término de la guerra se encontraron 1,95 toneladas de pelo «rasurado de las cabezas de las víctimas antes ser gaseadas» en una fábrica. Europa Press dio a conocer que esa compañía alemana fabricante de componentes para coches, llamada Schaeffler, durante la Segunda Guerra Mundial había utilizado el pelo de las víctimas del campo de concentración de Auschwitz para fabricar material textil para vehículos.

Salí casi aturdido del “museo” por la constatación personal de las atrocidades que ahí habían ocurrido y entré al campo de exterminio Birkenau, junto a un sobreviviente de ese lugar.

Lo recorrimos y nos contó paso a paso lo que le tocó vivir en ese sitio: desde la llegada en el tren en que venían hacinados e incrédulos, los lugares exactos en que realizó los trabajos forzados, donde casi murió de hambre y sed, donde lo castigaban, las barracas en que dormía entre una gran sobre población, las letrinas infectas, donde tuvo la “suerte” de trabajar y sobrellevar, así, el frío terrible del invierno y los crematorios hacia donde vio alejarse como sombras a sus familiares y amigos.

Estar en ese lugar, junto a esas historias en primera persona, era algo casi inverosímil y sórdido, que dolía tanto física como espiritualmente. Me hizo pensar que podría haber sido yo uno de ellos: un millón cien mil hermanos judíos desaparecieron ahí. Además, cerca de 200 mil almas pertenecían a otras minorías, como minusválidos, homosexuales gitanos y masones, entre otros.

El objetivo inicial de ese campo era ser el centro de exterminio de los opositores al régimen Nazi e intelectuales polacos dentro de un proyecto de borrar del mapa a ese país europeo, invadido por Alemania en septiembre de 1939. De hecho, las primeras víctimas gaseadas en ese sitio fueron polacos y prisioneros de guerra soviéticos.

Los alambres de púas, los rostros que me miraban desde las fotografías en las paredes, los vagones, los crematorios, los sobrevivientes, que lo habían sufrido todo, me mostraron que el mal y la crueldad eran parte de la naturaleza del ser humano.

A su vez, me emocioné y sobrecogí con la capacidad del ser humano de sobreponerse a través de fuerzas anímicas, fortaleza religiosa, valores humanos, ayuda mutua, preocupación por el prójimo y asistencia a los más débiles. Esto les permitió continuar por tantos otros que perdían la dignidad, la humanidad y a sus seres más queridos.

Me estremece recordar a cada víctima y a cada sobreviviente, me fortalece como judío ver, conocer y escuchar cada uno de sus relatos de supervivencia, que son, sin ninguna, duda una herencia que debemos recordar y nunca olvidar, ya que no hay nadie que merezca pasar por tanto dolor y tristeza.

El psiquiatra Víktor Frankl, quien también estuvo en Auschwitz -entre muchos otros campos de concentración-, y perdió a sus padres y esposa en manos de los nazis, años más tarde, explicó la capacidad de resiliencia y de sobrevivir a la adversidad. Para ello, creó la logoterapia. “La conciencia del amor propio está tan profundamente arraigada en las cosas más elevadas y más espirituales, que no puede arrancarse ni viviendo en un campo de concentración”, dijo el autor del libro En Busca de Sentido.

El Holocausto Nazi encierra muchos holocaustos a la vez. Cada uno de ellos tenía como objetivo aniquilar a un pueblo o a una minoría diferente, como judíos, gays minusválidos, masones y gitanos, entre otros. Además, hicieron un esfuerzo especial por exterminar a mujeres embarazadas, niños y ancianos, porque los consideraban débiles, inferiores.

Por eso, es importante que las nuevas generaciones conozcan la historia de uno de los momentos más terribles de la humanidad, donde personas inocentes fueron asesinadas torturadas y perseguidas por sus ideas, raza, religión, orientación sexual, nacionalidad.

Durante la Segunda Guerra Mundial, mientras la gran mayoría de los países callaron, ignoraron y se mostraron indiferentes, hubo hombres y mujeres anónimos, que se arriesgaron para salvar miles de vidas, que en el judaísmo llamamos “Justos entre Las Naciones”, donde no podemos olvidar la gran labor silenciosa y arriesgada de dos chilenos: María Edwards y el diplomático Samuel del Campo, a quienes siempre estaremos agradecidos por su valor, entereza y valentía.

Lamentablemente, todo esto no es sólo pasado, material para los libros de historia o para recordatorios como el que visité en Auschwitz.

No aprendemos y, desde entonces, se han producido numerosos holocaustos cruentos, silenciosos y frente a los que el mundo ha callado. Por mencionar algunos: en Uganda y ex Yugoslavia, hoy casi olvidados y, actualmente, se está viviendo uno en Siria, donde a nadie parece importarle demasiado. ¿O me equivoco?

Ya pasaron diez años desde que hice ese estremecedor viaje a Polonia y cada 27 de enero – fecha designada por Naciones Unidas como el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto- revivo ese momento y me conecto con las mismas emociones de entonces.

Espero que tomemos consciencia que estas situaciones no pueden volver a suceder, ni pueden seguir ocurriendo y nos inspiremos en el deseo de los sobrevivientes expresado en Ya Vashem de transmitir un mensaje positivo, de humanidad, de compromiso y dignidad humanos. “El Holocausto determinó la pauta del mal absoluto, por tanto, pertenece al legado universal de todos los seres civilizados. Las lecciones históricas del Holocausto debieran convertirse en un código cultural que promueva la enseñanza de valores humanísticos, la democracia, los derechos humanos, la tolerancia y la paciencia, y condene el racismo y las ideas totalitarias. Por lo tanto, dejemos que el mundo escuche las palabras sabio Hillel: ´Lo que es odioso para ti, no se lo hagas a tu prójimo”.

 

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