La escuela judía chilena que se adelantó a la cuarentena

COMUNIDAD, Israel

El Instituto Hebreo de Chile trabaja hace más de una década en la transformación que el mundo de la educación intenta en las últimas semanas. Cultura digital. Roles en la educación. Actitud de alumnos y lugar de la tecnología en el modelo educativo. ¿Cuáles serán las consecuencias de una brusca transformación que nadie -o casi nadie- tuvo tiempo de preparar? Exclusivo de Ynet Español
Por Adrián Olstein
En una escuela de Chile, al cumplir los siete años, los niños reciben de parte del colegio una cuenta de correo electrónico. Al alumno se le entrega la dirección y a sus padres la contraseña. Familia, autoridades, docentes y alumnos forman parte del momento en que la institución oficializa el ingreso de sus estudiantes a la vida digital.
La pandemia de coronavirus y sus respectivas cuarentenas, con leves diferencias para cada país, vinieron a cambiar la vida cotidiana en todos los ámbitos. La educación es uno de ellos y en Chile, tras quince días de clases, las escuelas tuvieron que implementar sobre la marcha un plan que permitiera llegar hasta sus alumnos, incluso cuando estos no estuvieran allí sentados, entre las cuatro paredes de las aulas.
“Nos tuvimos que poner a tocar una música sin partitura”, afirma Sergio Herskovits, director general del Instituto Hebreo Jaim Weizman, de Santiago de Chile, en exclusiva para Ynet Español. Metas de corto plazo, encuestas a su comunidad, evaluación de posibles escenarios y un plan para entregar computadoras e instalar conexiones de WiFi a docentes y alumnos, aparecieron como las primeras medidas de la nueva situación.

Pésaj en casa. Un niño y su padre, de la comunidad judía de Chile, comparten la celebración de forma digital. (Cortesía Instituto Hebreo)
El rol del que lidera es ir al peor escenario”, reflexiona Herskovits con pragmatismo. “¿Qué pasa si se nos enferman el 50% de los docentes?¿Qué pasa si se nos enferman familias enteras? ¿Cómo apoyarlas desde el punto de vista emocional y de salud?”. Son las primeras de una larga lista de preguntas sin respuestas.

El Instituto Hebreo cuenta con 1480 alumnos, 850 familias y 280 personas que trabajan en el colegio, en el marco de una comunidad judía de alrededor de 17.000 personas. Su plataforma de sitios web para interacción con los primeros años de escolaridad tiene 1500 visitas semanales y cuentan con 340 clases en Google Classroom, el espacio de trabajo para los otros segmentos etarios.
En la conversación participa también Daniel Tramer, coordinador de la Central de Recursos para la Enseñanza y el Aprendizaje (CREA) del Instituto Hebreo. Hace diez años recorrió el mundo en busca de colegios que sirvieran de inspiración para el modelo educativo que ya comenzaban a implementar en el colegio. Australia, Israel, Estados Unidos y diversos países de América Latina entran en esa lista. Pero hoy que viajar es una idea lejana, cuenta desde su casa los pormenores del golpe de timón que dio el colegio.

Perfil de Instagram realizado por alumnos del último año de colegio con motivo del 72º aniversario del Estado de Israel. (Cortesía Instituto Hebreo)
“Hicimos una encuesta de conectividad. Sabíamos que este proceso iba a estar ligado de alguna manera a lo digital” cuenta Daniel. Como resultado, el Hebreo, tal como llaman a la escuela dentro de la comunidad de Santiago de Chile, implementó un plan de distribución de tabletas, computadoras e incluso conexión a WiFi para las familias que lo necesitaban. “Hoy nuestra comunidad completa está conectada a Internet” detalla y reflexiona: “Nuestra concepción es que Shomer Ají Anoji (Soy el guardian de mi hermano). No tiene sentido para nosotros avanzar con algunos si dejamos en el camino a otros”.

Educación sin salir de casa
Los roles que cada actor de la comunidad educativa cumplía también se vieron afectados. Herskovits ejemplifica la situación con una viñeta que circula por redes sociales, en la que un padre llama al docente para protestar por el comportamiento del chico y el docente responde “Qué extraño, en el colegio se comporta excelente”.
“El profesor tiene que hacer algo que nunca hizo que es tener impacto pedagógico sin estar con el alumno y los papás y las mamás, que siempre delegaban el rol educativo en el colegio, ahora tienen que estar cumpliendo un rol de asistentes en la educación” afirma Herskovits, y concluye: “Estamos aprendiendo a ponernos en el lugar del otro”.
La posibilidad de una revolución
Sergio Herskovits cuenta que en medio de este proceso conversó con Daniel Tramer, para decirle la fantástica oportunidad que significaba esta situación para poder llevar a cabo los cambios que siempre quisieron en la educación. Pero el contrapunto llegó conversando con directores de otros colegios judíos de Latinoamérica: “Nos dimos cuenta que vos no podes hacer cambios gigantescos cuando la gente está muy asustada, cuando tiene miedo por su vida”, evalúa Herskovits.
Tramer, por su parte, asegura haber tenido la flexibilidad para aprender, de este momento, grandes lecciones. “No podemos transformar al colegio que conocemos en algo virtual”, sostiene. “La estructura de un colegio no es replicable, lo virtual tiene otros tiempos, otras lógicas. A los golpes, pero lo estamos aprendiendo”, bromea Tramer.
La encuesta es una modalidad habitual de trabajo para “el Hebreo” y entre sus últimos datos, han encontrado que las familias piden, en este momento, y Herskovits lo sintetiza con énfasis: “Horarios”. Y agrega: “No puedes cambiar el sistema. La gente sigue necesitando que se entre al colegio a las ocho, que a las nueve haya matemática, que a las tres de la tarde tengan hebreo”
El modelo Yuval y la normalidad perdida
El colegio desarrolla sus actividades bajo el paraguas de un modelo pedagógico-tecnológico llamado Yuval. “Cuando comenzamos hace diez años con esta idea, postulamos nuestro proyecto en algunos lugares. Allí te pedían definir un nombre para el proyecto. Todo era tecnología 2.0”, cuenta Daniel Tramer. “Nosotros decidimos que la tecnología no sea el centro. Que sea un proyecto humano, académico y no tecnológico” asevera.

Daniel Tramer presenta el modelo Yuval durante una conferencia de la Fundación Telefónica. (Cortesía Instituto Hebreo)
Allí se encontró con la historia de Yuval, un personaje bíblico que fue el primer músico. “Yo percibí que esto iba a ser un lenguaje, lo mismo que la música”. Y agrega que existe otro Yuval, contemporáneo, que es fuente de inspiración para el modelo educativo en el que trabajan: Harari, prestigioso historiador y escritor israelí.
El modelo, que atraviesa las distintas áreas del colegio, toma su forma más concreta en la Central Pedagógica Tecnológica. “Hace diez años empezamos a desarrollar la Central”, cuenta Herskovits, “están dedicados a investigar todo el tiempo qué está pasando en el mundo con recursos para la enseñanza. Algunos lugares tuvieron que hacer capacitaciones para migrar a Google Classroom. El colegio ya era parte de esto”, afirma.
Respecto a los cambios y transformaciones bruscas de las últimas semanas, Tramer evalúa: “Si me preguntas cómo me siento, un día más de trabajo. El traspaso fue relativamente cómodo”, cuenta y se corrige en el aire: “No fue ni cómodo ni sencillo. Pero sí es la continuidad de un modelo pedagógico tecnológico que venimos desarrollando. ”.
¿Nace una nueva sociedad? ¿Nace una nueva educación?
En diferentes ámbitos se discute hoy cuáles de los cambios que trajo la pandemia vinieron para quedarse. El virus puso sobre la mesa discusiones sobre el rol del estado, de los organismos internacionales, la circulación de la información entre países y el trabajo científico internacional.
El mundo de la educación y sus visiones de futuro también se han visto modificadas. “Los chicos se sienten más responsables al ser más autónomos en el cumplimiento de consignas. Desde nuestra parte significa darle más respeto que tenerlo sentado ocho horas, en fila, en la clase”, afirma Herskovits. “El gran desafío es cómo, cuando volvamos, mantener la autonomía, el empoderamiento y el respeto que se generó con todo este proceso” concluye.
“Quince días es una cosa, pero dos, tres meses, ya genera una rutina”, supone Tramer. “En este tiempo se ha ganado el derecho a cuestionarlo todo. Los chicos nos van a decir `Por qué esto lo hacemos así, si cuando estábamos de cuarentena lo hacíamos de tal manera. Si hacían clases online, por qué tenemos que venir al colegio´. Tenemos que estar preparados para dar buenas respuestas. O para modificar realidades” concluye.

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