La verdad sobre Hamás

COMUNIDAD, Medio Oriente, Opinión

Por Jonathan Schanzer David May (*)
Analista de la Foundation for Defense of Democracies (FDD).
La palabra Hamás significa ‘fervor’ en árabe y ‘violencia’ en hebreo. La organización islamista hizo honor a su nombre lanzando fervorosamente miles de cohetes contra Israel en el curso de este último conflicto. Si no fuera por el milagroso sistema de defensa antimisiles Cúpula de Hierro desplegado por los israelíes, los cohetes podrían haber matado a cientos o incluso a miles de inocentes. Aun así, Hamás encontró un pequeño pero ruidoso grupo de apologetas en el Congreso de los EEUU. La mera existencia de un caucus pro Hamás resulta estupefaciente, habida cuenta de la tradicional actitud positiva de los norteamericanos hacia Israel y de lo que repudian el terrorismo tanto los demócratas como los republicanos.
Si uno lee los relatos respecto de cómo empezó esta última ronda de enfrentamientos, comprueba que numerosos reporteros aventaron la especie de que Israel había expulsado de sus hogares a unos árabes de Jerusalén. Lo cual, aducen, activó a Hamás, que empezó a lanzar cohetes sobre Israel, que a su vez respondió, y ahí se habría armado la mundial.
En este punto, conviene aportar algunos datos sobre Hamás. Para empezar, cabe decir que es considerado un grupo terrorista en Europa, Canadá y muchos otros lugares del mundo, como EEUU, que lo consideró como tal ya en 1997, luego de una espantosa campaña de atentados suicidas ideada para hacer descarrilar el proceso de paz entre israelíes y palestinos, que estaba pasando por un buen momento en aquel entonces. Con el paso de los años, Hamás ha ido mudando la piel. Ha recibido grandes cantidades de dinero, armas y entrenamiento por parte de la República Islámica de Irán. Y si en un primer momento fue una organización local movida por una amalgama de ideas islamistas y locales, ahora es totalmente un peón de Teherán y lanza guerras contra Israel cada pocos años, normalmente con armas y tácticas mortíferas de nuevo cuño. Pero Israel acaba imponiéndose siempre.
En esta última conflagración, la decisión de batallar fue de nuevo cosa de Hamás, que no perdía detalle de cómo la tensión en Jerusalén iba entrando en ebullición. En el proverbialmente tenso mes del Ramadán, se esperaba que los tribunales israelíes se pronunciaran contra unos inquilinos árabes en una disputa inmobiliaria en Jerusalén. Hamás acababa de ser privada de participar en las elecciones palestinas y buscaba la manera de reafirmar su primacía política.
Pues bien, fue entonces que provocó la guerra en pretendida defensa de Jerusalén. El pasado día 10 emitió un ultimátum para que Israel retirara a las fuerzas de seguridad de los puntos conflictivos de Jerusalén y liberara prisioneros palestinos. Si para las 6 de la tarde Israel no se plegaba a sus irreales exigencias, Hamás y otros grupos terroristas atacaría. Y eso fue lo que hicieron.
En apenas dos semanas, Hamás y un puñado de grupos terroristas aliados lanzaron más de 4.000 cohetes hacia centros de población israelíes, matando a una docena de personas. Como los proyectiles eran cohetes, no misiles, la mayoría no estaban guiados, es decir, que los lanzaron de manera indiscriminada sobre Israel con la esperanza de matar a civiles. Cerca de una quinta parte de los cohetes de Hamás cayeron en Gaza, sembrando muerte y destrucción entre su propio pueblo. Aún más espantoso: muchos de esos cohetes fueron disparados desde zonas civiles o desde sus inmediaciones. El uso de escudos humanos es un crimen de guerra.
Aunque estos hechos son difíciles de ignorar, en EEUU hubo congresistas que se encogieron de hombros y acusaron a Israel de defenderse con demasiada fuerza. Ilhan Omar trató de sembrar dudas sobre el uso de escudos humanos por parte de Hamás y posteriormente acusó a Israel de “crímenes contra la Humanidad” y de “violaciones contra los derechos humanos” en su reacción al asalto cohetero de Hamás. Por su parte, Rashida Tlaib acusó a Israel de matar a bebés, aun cuando toda pérdida de vidas fue fruto de la decisión de Hamás de empezar a lanzar cohetes sobre Israel. La también demócrata Alexandria Ocasio-Cortez arremetió igualmente contra Israel y tuiteó: “Los Estados que practican el apartheid no son democracias”. Todo un despliegue, vamos.
Un despliegue sin duda concebido para mostrar apoyo a la causa palestina. Pero ignorar el deletéreo impacto de Hamás no tiene nada de propalestino. Desde que se hizo con la Franja de Gaza por la fuerza de las armas en 2007, en una brutal guerra civil contra la Organización para la Liberación de Palestina, Hamás no ha llevado a los dos millones de habitantes del enclave costero otra cosa que miseria. Sabe que libra una lucha asimétrica contra una potencia regional bien armada y adiestrada que es prácticamente invencible. Esta ha sido la cuarta ronda de combates estériles en los últimos años. Y en cada una mueren inocentes y se destruyen hogares.
También choca que haya legisladores norteamericanos que ignoren los crímenes de Hamás contra sus compatriotas. En efecto, Hamás ha asesinado a al menos 25 estadounidenses en Israel desde 1993. Unas veces recurrió al ametrallamiento de adolescentes; otras, a atentados suicidas en autobuses o cafeterías atestados. En una ocasión se trató de un atropello, el de un bebé de tres meses: fue en Jerusalén, en el año 2014.
El presidente Joe Biden lo comprendió, al menos durante la mayor parte de este conflicto reciente. Mientras se producían los combates, presionó al primer ministro Netanyahu para que pusiera fin a las operaciones israelíes. Pero hay que reconocer que durante más de una semana dejó a los israelíes defenderse como consideraran oportuno. Dio así luz verde a la lucha contra el terrorismo.
No debería sorprender. Siendo senador, Biden contribuyó a la aprobación de la Ley contra el Terrorismo Palestino de 2006, que prohíbe la asistencia norteamericana a la Autoridad Palestina si resulta “efectivamente controlada por Hamás”. En otras palabras: comprendió la naturaleza funesta de Hamás cuando era legislador y quiso privarla de ayuda norteamericana.
Por supuesto, esto lleva a interrogarse sobre por qué Biden parece tan ansioso por recuperar el tremendamente errado acuerdo nuclear de 2015, conocido como Plan de Acción Integral Conjunto. La implicación de EEUU en el mismo redundará en miles de millones de dólares para Teherán en forma de alivio de las sanciones que pesan sobre la República Islámica.
Sólo cabe confiar en que la Casa Blanca cambie de rumbo. De lo contrario, Hamás acabará recibiendo ayuda financiera de Teherán. El dinero fluirá a Gaza y la organización islamista podrá desarrollar nuevas formas de atacar a Israel en la próxima ronda de enfrentamientos.
Quizá entonces veamos una nueva flota de drones armados o de vehículos submarinos no tripulados, armas ya vistas en este último enfrentamiento. Lo cual pondría a Israel bajo amenaza y a Oriente Medio en el precipicio. Justo lo que quiere Irán. Y puede que algún miembro del Congreso de los Estados Unidos.
(*)Analista de la Foundation for Defense of Democracies (FDD).
© Versión original (en inglés): FDD
© Versión en español: Revista El Medio

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