La alegría terapéutica de Purim

COMUNIDAD, Judaísmo

Por Rav Jonathan Sacks
Existe una ley única cuando nos acercamos a Purim: mishe nijnas Adar marbim be simjá: “Desde el comienzo de Adar, aumentamos en alegría”. Esta dicho en el Talmud (Taanit 29a), basado en un versículo de la Meguilá (Ester 9:21-22) en el cual Mordejai envía una carta a toda la tierra indicando a los judíos que “observen el catorceavo y el quinceavo día del mes de Adar, cada año; los días en los cuales los judíos descansaron de sus enemigos y el mes en el que para ellos la tristeza se transformó en alegría, y el duelo en un festival”.
Esto a su vez, hace referencia al texto en el cual Hamán decidió cuándo se ejecutaría su decreto: “En el primer mes, el mes de nisán, en el doceavo año de Ajashverosh, echaron pur (es decir, ‘suertes’) delante de Hamán de día en día, y de mes a mes hasta el doceavo mes, que es el mes de Adar”. (Ester 3:7).
Sin embargo, las dificultades son obvias. ¿Por qué un mes entero? Los eventos clave se dieron en pocos días, el día trece y el catorce. ¿Por qué simjá? Podemos entender que los judíos de ese tiempo sintieron un gran regocijo. El decreto que los sentenciaba a muerte había sido revocado. Sus enemigos habían sido castigados. Hamán había sido ahorcado en la misma horca que él había preparado para Mordejai, y Mordejai mismo había sido elevado a la grandeza.
Pero ¿es alegría el sentimiento que deberíamos sentir para siempre, recordando estos eventos? El primer decreto de genocidio contra el pueblo judío (el segundo si uno cuenta el plan del Faraón de matar todos los recién nacidos) había sido frustrado. ¿Es simjá el sentimiento adecuado? Seguro que debemos sentir alivio, no alegría. Pesaj es la prueba. Nunca se menciona la palabra “alegría” en relación a esta festividad.

Además de esto, el Talmud pregunta por qué no recitamos Halel en Purim. Éste da varias respuestas. La más poderosa es que durante el Halel decimos “Siervos de Hashem, den alabanzas”, indicando que ya no somos siervos del Faraón. Pero, dice el Talmud que, incluso después de los hechos de Purim, los judíos continuaron siendo siervos de Ajashverosh (Meguilá 14a). La tragedia fue evitada, pero no hubo un cambio real en los riesgos de vivir en la diáspora.
Me parece entonces que, la simjá que celebramos durante el mes de Adar, es diferente de la alegría normal que sentimos cuando algo bueno y positivo nos ocurre a nosotros o a nuestro pueblo. Esa es una alegría expresiva. La simja de Adar es, en contraste, una alegría terapéutica.
Imagina qué es ser parte de un pueblo que una vez escuchó el decreto contra ellos: “para destruir, matar y aniquilar a los judíos —jóvenes y viejos, mujeres y niños— en un único día” (Ester 3:13). Nosotros, que nacimos después del Holocausto, que hemos conocido sobrevivientes, escuchado su testimonio, visto fotos, documentales y recordatorios, conocemos la respuesta a esa pregunta. En Purim la Solución Final fue evitada. Pero había sido pronunciada. Incluso después, los judíos conocían su vulnerabilidad. La mera existencia de Purim en nuestra memoria histórica es traumática.
Pero la respuesta judía al trauma es contraintuitiva y extraordinaria. Vences el miedo con alegría. Conquistas el terror con la celebración colectiva. Preparas una comida festiva, recibes invitados, das regalos a tus amigos. Mientras la historia es relatada, haces ruido bullicioso no sólo para borrar la memoria de Amalek, sino para convertir todo el episodio en una broma. Usas máscaras. Bebes un poco de más. Haces un Purim spiel.
Precisamente porque la amenaza fue tan seria, te niegas a ser serio, y en esa negación estás haciendo, ciertamente, algo muy serio. Estas negando a tus enemigos la victoria. Estás declarando que no serás intimidado. A medida que se acerca la fecha de la destrucción programada, te rodeas del único y más efectivo antídoto para el miedo: la alegría por la vida misma. En palabras que resumen brevemente la historia judía: “Trataron de destruirnos. Prevalecimos. Vamos a celebrar.” El humor es la forma judía de vencer el odio. Aquello de lo que te puedes reír, no puede subyugarte.
Aprendí esto de un sobreviviente del Holocausto. Hace unos años escribí un libro, Celebrando la vida, para contar mi salida de la depresión en la que caí luego de la muerte de mi padre, zijronó librajá. Era un libro para subir el ánimo, y se volvió un favorito entre sobrevivientes del Holocausto. Uno de ellos, sin embargo, me dijo que un pasaje del libro era incorrecto. Comentando sobre la comedia del Holocausto de Roberto Benigni, La vida es bella, dije que a pesar de que estaba de acuerdo con su tesis —el sentido del humor te mantiene cuerdo— eso no era suficiente para mantenerte con vida en Auschwitz.
“Sobre eso estás equivocado” dijo el sobreviviente, y a continuación me contó la siguiente historia. Él había estado en Auschwitz, y pronto se dio cuenta que, si no mantenía su estado de ánimo elevado, podría morir. Entonces hizo un pacto con otro joven, que ambos buscarían, cada día, alguna ocurrencia que encontraran divertida. Al final de cada día se contarían la historia y se reirían juntos. “Ese sentido del humor salvó mi vida”, dijo. Él estaba en lo cierto.

Eso es lo que hacemos en Purim. La alegría, la celebración, la comida, la bebida, la atmósfera de carnaval están ahí para permitirnos vivir con los riesgos de ser judío —en el pasado, y trágicamente en el presente también— sin estar aterrorizados, traumatizados o intimidados. Es la respuesta más contraintuitiva al terror, y la más efectiva. Los terroristas intentan aterrorizar. Ser judío es rehusarse a estar aterrorizado.
Terror, odio, violencia, las fuerzas oscuras que actualmente están devastando país tras país en el Medio Oriente, África subsahariana, partes de Asia y ahora también en Europa del este, son siempre autodestructivas. Aquellos que las utilizan son siempre, como fue Hamán, víctimas de sus propias tácticas, destruidos por su propio deseo de destrucción. Y sí, nosotros como judíos debemos luchar contra el antisemitismo, la demonización de Israel y la intimidación de los estudiantes judíos en los campus.
Pero nunca debemos dejarnos intimidar, y la forma judía de hacerlo es marbim be simjá, aumentar nuestra alegría. El pueblo que conoce la oscuridad total de la historia y aun así se regocija, es un pueblo cuyo espíritu no puede ser roto por ningún poder en el mundo.

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