Hablemos de la ‘Nakba’ y de quiénes son los verdaderos responsables del sufrimiento palestino

Antisemitismo, COMUNIDAD, Opinión

Por Jonathan S. Tobin ( * )

Las iniciativas que se presentan en la Cámara de Representantes no significan nada. Dan a los congresistas la oportunidad de hacer visibles causas predilectas para sus votantes sin comprometer al Ejecutivo. Casi nunca se les presta atención. Pero de vez en cuando alguna sí atrae los focos. Es lo que sucedió la semana pasada cuando la demócrata Rashida Tlaib presentó la Resolución 1123, denominada Reconocer la Nakba y los derechos de los refugiados palestinos.

La palabra nakba significa “desastre” o “catástrofe”, y los árabes palestinos y sus partidarios la utilizan para aludir a los acontecimientos de 1948 y al nacimiento del Estado de Israel. La referida resolución es un breve manual de propaganda sobre el sufrimiento palestino y los sucesos que llevaron a unos 750.000 árabes a abandonar sus hogares durante la Guerra de Independencia de Israel. Lo que les sucedió fue una tragedia digna de conmiseración, pero la resolución de marras no cuenta ni la mitad de la verdad sobre el conflicto o sobre por qué los que ahora dicen ser refugiados palestinos decuplican la citada cifra.

Como crónica de esa historia, la resolución es una despreciable farsa que merece poca atención. Pero es importante porque da cuenta de la forma en que el ala izquierda del Partido Demócrata, encabezada por la Brigada o Escuadrón (The Squad) –de la que Tlaib, de ascendencia palestina, forma parte–, ha abrazado la ideología de la interseccionalidad. Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, Cori Bush, Jamaal Bowman y Betty McCollum, también miembros del Escuadrón izquierdista, son copatrocinadores del texto. Este intento de equiparar la guerra en que Israel se jugó la existencia con la lucha por los derechos civiles en EEUU, y de considerarlo una parte integral de la agenda política progresista, representa un cambio sísmico en la política norteamericana.

Así que, aunque en sí misma es despreciable, la resolución de Tlaib y compañía merece ser debatida y votada en la Cámara, en vez de ser aparcada y olvidada.

Por lo general, la comunidad proisraelí ha ignorado la narrativa palestina sobre 1948. El relato sobre Israel se sostiene por sí mismo y es ampliamente aceptado por la abrumadora mayoría de los norteamericanos. Israel es el único Estado judío del planeta y materializa el milenario sueño judío de regresar a la patria ancestral. Israel no ha conocido un solo día de paz en sus 74 años de existencia moderna. Pocos pensaron que sobreviviría tras ser invadido inmediatamente después de su nacimiento (14 de mayo de 1948) por cinco ejércitos árabes, y verse obligado a librar las sucesivas guerras y campañas terroristas ideadas para destruirlo. Es la única democracia de Oriente Medio y en ella todo el mundo, incluida la minoría árabe, disfruta de igualdad ante la ley.

Pero visto a través del espejo deformante del discurso pro Nakba subyacente en la resolución, que mimetiza la retórica del movimiento antisemita BDS [Boicot, Desinversiones y Sanciones contra Israel] que apoyan tanto Tlaib como Omar, Israel es un “Estado apartheid” y su creación supuso una injusticia. Además, la resolución exige el reconocimiento del “derecho de retorno” palestino, para que los 7 millones de descendientes de los refugiados de la guerra de 1948 puedan reclamar las viviendas de los que huyeron y, esencialmente, acabar con Israel como Estado judío.

Aunque Tlaib y los demás miembros del Caucus Progresista que copatrocinan el texto quieren presentarlo como una cuestión de defensa de los derechos humanos y un reconocimiento del sufrimiento palestino, no se trata de nada de eso. Su propósito es dejar constancia de que en el Congreso se apoya la eliminación de Israel.

El texto reconoce que los árabes que vivían en el Mandato de Palestina (que no adoptaron el marchamo de palestinos hasta unos años después: sólo los judíos se hacían llamar palestinos, mientras que los árabes se llamaban árabes) rechazaron la oferta de la Resolución de Partición de las Naciones Unidas (1947) que abogaba por la creación de dos Estados –uno judío y el otro árabe– una vez se retiraran del territorio las autoridades británicas. Si, como dice la resolución, la mayoría de la población del Mandato rechazó la partición, fue sólo porque un Gobierno británico que buscaba apaciguar a los árabes y a los nazis clausuró las puertas de Palestina, lo que aseguró que los judíos de Europa que querían trasladarse allí fueran en cambio exterminados en el Holocausto.

Los árabes no estaban preparados para aceptar ningún Estado judío, ni siquiera uno mucho más pequeño que el que emergió de la guerra de 1948. Ese rechazó llevó a una guerra que fue ciertamente desastrosa para los árabes palestinos que la iniciaron. En algunos casos, aunque no en la mayoría, los judíos instaron a los árabes a que abandonaran los lugares en los que se habían sumado a los ataques o podían servir de punta de lanza para fuerzas foráneas. Los líderes árabes llamaron a “arrojar al mar” a los judíos, y a su gente la dijeron que se fuera y que regresara luego

de que sus vecinos judíos huyeran o fueran masacrados. Pero finalmente fueron los judíos los que, tras perder al 1% de su población en la lucha, se alzaron con la victoria.

Cientos de miles de árabes acabaron convertidos en refugiados. Pero en vez de reasentarlos en los países vecinos o en cualquier otro sitio, sus hermanos árabes insistieron en que siguieran siendo apátridas y los mantuvieron en campos de refugiados, a fin de que fueran puntales en la campaña en curso para eliminar a Israel. Estamos hablando de uno más de los grupos de refugiados que generaron los conflictos y las modificaciones fronterizas en lugares como Europa y la India, que aglutinaron a decenas de millones de personas. Todos los demás refugiados fueron atendidos por una sola agencia de la ONU, que tenía la misión de reasentarlos en sus nuevos hogares. Pero, respaldados por el bloque soviético, los países no alineados y los países árabes y musulmanes, los palestinos obtuvieron su propia agencia, la UNRWA, que los convirtió en un caso altamente politizado.

Por la misma época, un número aún mayor de judíos fue expulsado de sus centenarios hogares en Oriente Medio y el Norte de África. Estos refugiados se reasentaron en Israel y Occidente. Hoy, esos judíos misrajíes –gente de color, según el movimiento interseccional– conforman la mayoría de la población del Estado judío.

En los años que median entre 1949 y 1967, el clamor por el fin de la “ocupación” hacía referencia a limpiar de judíos Israel (sin la Franja de Gaza, la Margen Occidental o la Ciudad Vieja de Jerusalén). Posteriormente, el liderazgo palestino –primero bajo el terrorista de la OLP Yasr Arafat y después bajo su sucesor, Mahmud Abás– ha rechazado la paz e incluso varias ofertas para el establecimiento de un Estado palestino en la Margen y Gaza. La Autoridad Palestina sigue hablando de un “derecho de retorno” que es sinónimo de la destrucción de Israel, y financia el terrorismo. Sus rivales de Hamás, que gobiernan Gaza, demandan la extinción de Israel.

Todo esto quiere decir que cualquier discusión sobre la Nakba debería consignar que la dirigencia palestina y la cultura política que ha creado son la causa tanto del desastre original como de sus padecimientos actuales. En vez de afrontar este problema, la resolución de Tlaib y sus seguidores no hace sino avivar el conflicto. Su objetivo de un mundo sin Israel sólo puede alcanzarse mediante el genocidio. Los partidarios de la resolución son, pues, detractores de cualquier idea de paz que no se erija sobre un nuevo Holocausto.

La simpatía por el relato de la Nakba ya no es que descanse sobre la ignorancia de la verdad sobre los palestinos y sus guerras; es que es inherentemente antisemita, porque se basa en la negación de los derechos judíos y de las víctimas judías debidas al odio antisionista árabe.

Así que, en vez de ignorar la disposición de Tlaib y los demócratas progresistas a hegemonizar el antisemitismo, los demócratas y los republicanos mainstream deberían aprovechar la ocasión para debatir esa resolución. Sería una oportunidad para que los demócratas centristas manifestaran su rechazo a los mitos interseccionales que ha abrazado una parte considerable de su base. Lamentablemente, muchísimos demócratas –especialmente entre los más jóvenes– bailan el agua a la teoría crítica de la raza, que considera a los judíos y a Israel beneficiarios del privilegio blanco y miembros de la clase opresora, mientras a los palestinos los considera víctimas indígenas.

 

Si ambos partidos no dejan constancia de su rechazo a ese manifiesto, en vez de tratarlo como un incidente aislado, la resolución de Tlaib allanará el camino para que los demócratas asuman las patrañas esparcidas por aquellos que respaldan la narrativa de la Nakba. Lo cual sería un desastre tanto para ellos como para los palestinos, que siguen presos de una mentalidad en la que su identidad se encuentra inextricablemente unida a una guerra que empezaron ellos y perdieron.

(*) Director de JNS (Jewish News Syndicate

© Versión original (en inglés): JNS

© Versión en español: Revista El Medio

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