Palabras de Adriana Espinoza Académica de la Universidad de Chile. Januca en La Moneda

COMUNIDAD, Comunidad Judía

Introducción: Como es costumbre, durante la ceremonia de Januca en La Moneda, la Comunidad Judía hizo el reconocimiento Espíritu Maccabí que recayó en el equipo de la primera misión Humanitaria Médica de Hadassah y la Universidad de Chile en la frontera entre Polonia y Ucrania: Danette Guiñez, Gonzalo Martínez y Adriana Espinoza.

Fue esta última quien agradeció la distinción. Acá reproducimos sus palabras.

Muy buenos días, su excelencia, señor presidente Gabriel Boric Font, autoridades presentes, señoras y señores.

Como representante de la Delegación Chilena de Ayuda Humanitaria que viajó a Polonia para brindar ayudar a familias refugiadas ucranianas, recibimos el reconocimiento “Espíritu Macabí” con mucha humildad y respeto, no solo por el gran significado que tiene para la comunidad judía sino también por lo que representa en el contexto de la guerra en Ucrania y para la humanidad en general.

Nuestro viaje se inició lleno de alegría, dudas, incertidumbres y muchas preguntas, tales como ¿qué se sentirá estar en Polonia, uno de los países más devastados durante la segunda guerra mundial, donde murieron millones de personas en campos de concentración y exterminio y que ahora recibía a familias de refugiados de Ucrania en un contexto bélico similar al de la segunda guerra mundial?

Nuestra experiencia fue conmovedora, los refugiados y refugiadas que llegaban, mayoritariamente, mujeres solas con sus hijos, o adultos mayores, traían la guerra no solo en sus cuerpos sino también en sus corazones.

La mirada perdida, la tristeza en sus ojos, y el desconcierto de no saber a dónde irían después de estar en este Centro de Ayuda Humanitaria. Los niños y niñas, si bien jugaban y reían, sabían también que algo profundo había cambiado en sus vidas para siempre.
Luego de visitar los campos de concentración y exterminio de Auschwitz – Birkaneau, todo cobró más sentido, era como revivir el horror de una guerra que terminó hace 77 años, pero que a pesar de que en sus paredes estaba escrito “que no se podían repetir estos horrores”, ahí estábamos frente a otra guerra, de similares características.
Era imposible no recordar películas como la lista de Schindler o el Pianista, viendo a las personas caminando con sus maletas, sin saber que iban rumbo a los campos de exterminio. Aquí era algo similar, pero en vivo y en colores, solo que esta vez caminaban hacía un futuro incierto en un país europeo que los acogería, pero al que no necesariamente querían emigrar.
Pero nuestra experiencia también fue transformadora, ya que no solo vimos el lado oscuro de la humanidad, sino también su lado luminoso, donde personas de todo el mundo se organizaban para entregar ayuda desinteresada con el único propósito de querer que un otro estuviera mejor.

Aprendimos que una sonrisa, un medicamento, una curación, un ejercicio para bajar la ansiedad ayudaban. Aprendimos también, que a veces no es necesario hablar el mismo idioma o la ayuda de un interprete, sino que lo fundamental es abrir el corazón al dolor de otra persona: escuchar en silencio, abrazar con fuerza, sonreír desde el alma.

Pero quizás, el aprendizaje más importante fue darnos cuenta que con estos simples actos de amor estábamos ayudando-nos y ayudando-los a recuperar la confianza en la humanidad, como tantas veces nos preguntaron: “¿y vienen de Chile, de tan lejos? ¿solo a ayudarnos?” y luego un silencio, un llanto de agradecimiento y abrazos apretados.

Estas experiencias resuenan con lo que reza el proverbio Mishná que dice “Aquel que salva una vida, es como si salvara un universo entero”.

Muchas gracias, Todá Ravá

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